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La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lleva semanas en el punto de mira debido a las demoras en la llegada de las vacunas contra el coronavirus, negociadas por su equipo en nombre de los Veintisiete y que han obligado a algunos Estados miembros a echar el freno en la campaña de vacunación. Una presión que alcanzó su momento más álgido cuando una filtración reveló que tampoco la farmacéutica anglosueca AstraZeneca cumpliría con el contrato firmado con la Unión Europea al entregar este primer trimestre del año solo un cuarto de los fármacos prometidos. Ante el temor a una fuga de vacunas hacia países terceros que pagarán más, la reacción de Bruselas fue poner en marcha un mecanismo para controlar la exportación de las vacunas fabricadas por las farmacéuticas con las que la UE ha firmado acuerdos de compra anticipada. Un instrumento que en última instancia permite a los Estados miembros impedir la exportación de vacunas si consideraran que la empresa en cuestión no cumple con sus obligaciones contractuales. Un envite que, además de muy peligroso para la implantación de farmacéuticas en Europa, tampoco garantiza nada, porque muchas de estas fábricas no están dentro de la Unión Europea.

Lo que debe hacer la Comisión, si no quiere perder el prestigio y poder que le queda, es hacer cumplir los contratos firmados, cuya opacidad sigue siendo evidente, y lograr la unidad política y económica de la que adolece en estos momentos, lo que la debilita cada vez más frente al resto del mundo y alienta los populismos antieuropeos. El adiós de Angela Merkel complica aún más la situación. Pero del mismo modo que debemos sin rubor criticar la falta de liderazgo de los 27, también cabe destacar que serán las administraciones públicas, con la UE al frente, las que nos han de salvar de esta pandemia, cuya gestión en manos privadas correría el riesgo de convertirse en la ley de la selva o del más fuerte, con un mercado de vacunas que, evidentemente, dejaría a los países y personas más vulnerables como los últimos de la fila. Por tanto, por mucho que critiquemos las debilidades de los 27, por mucho que Ursula von der Leyen esté en horas bajas, al igual que el liderazgo del viejo continente, con el Brexit y sus cicatrices, debemos aferrarnos a la Unión Europea como a un clavo ardiendo porque de su entereza, firmeza y gestión depende que podamos vacunar a la cantidad suficiente de ciudadanos que nos permita conseguir una inmunidad de rebaño con la que atajar las muertes, todavía muy cotidianas, e iniciar así la senda de la recuperación. Tras controlar el número de fallecidos, descongestionar UCI y camas hospitalarias, y retomar las visitas de otras enfermedades en los CAP, llegará el momento de repartir los fondos europeos y trazar la hoja de ruta que nos lleve a una mínima normalidad sanitaria y social.

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