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En 2011 se estrenó la película Contagio, de Steven Soderbergh, con un reparto plagado de estrellas como Matt Damon, Jude Law, Kate Winslet, Laurence Fishburne, Marion Cotillard y Gwyneth Paltrow. En este film un nuevo virus muy contagioso y mortal que surge en Hong Kong se extiende por todo el mundo y se inicia una batalla frenética contrarreloj para lograr una vacuna. Nadie podía esperarse entonces que solo nueve años después nuestras vidas se parecerían mucho a la de los protagonistas de este thriller.

Hacía tres meses que se habían detectado los primeros casos de SARS-CoV-2 en la ciudad china de Wuhan cuando el 14 de marzo de 2020 pasó lo impensable y, ante el alarmante aumento de casos en todo el planeta que pronto convertirían la epidemia en pandemia global, se declaró el estado de alarma en España y se decretó el confinamiento de toda la población y el cierre de toda la actividad que no fuera esencial. Fueron unos meses terribles. En los balcones, los carteles del “tot anirà bé” con un arcoíris expresaban más un deseo que una certeza.

Desde entonces, solo en las comarcas de Lleida se han registrado 139.174 contagios confirmados y 1.057 muertes en nada menos que siete oleadas (una más que en el resto de Catalunya). Los sanitarios están exhaustos.. y la sociedad, también, porque seguimos inmersos en una crisis económica mundial agravada ahora por las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania y vemos cómo se han recortado muchas libertades individuales.

Por suerte, el segundo aniversario de la llegada de la Covid-19 a nuestras vidas coincide con lo que parece ser la entrada de la enfermedad en una fase de control. Que la UCI del hospital Arnau de Vilanova lleve un mes sin ningún nuevo ingreso por el virus es un buen indicador para la esperanza. No obstante, la salud pública sufre secuelas, como un aumento de las urgencias de salud mental o la necesidad de recuperar la atención a enfermos crónicos.

Y es que uno de los efectos colaterales más directos de la infección del SARS-CoV-2 es la aparición de la Covid persistente, una prolongación de la enfermedad que mantiene la sintomatología del virus en el largo plazo. Se calcula que alrededor del 6% de las personas que se infectan acaban teniendo secuelas de manera persistente, esencialmente fatiga, debilidad muscular, dolor de cabeza, pérdida de gusto y hasta de memoria a corto plazo. Son muchos los retos que se plantean.

Si algo hemos aprendido en estos dos años es que invertir en sanidad pública y en investigación científica es un buen negocio. Pero no todo se arregla con dinero. Centenares de familias tienen una herida abierta por un duelo mal cerrado, al no haber podido ni despedirse de sus seres queridos ingresados en hospitales o residencias.

Tiempos oscuros que parece que ya quedaron atrás. ¡Por fin!

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