Elogio de la juventud
Hoy que la consellera de Educación dará explicaciones en el Parlament del tremendo despropósito en la adjudicación de plazas de docentes (poca broma: ¡ha comportado 2.898 cambios!) es un buen momento para hacer un encendido elogio de los jóvenes. Ante la repetida crítica al nivel académico de nuestra juventud tenemos el atrevimiento de negar unos cuantos tópicos. ¿Por qué? Porque la razón de fondo del bajo nivel académico –indiscutible: ahí están las pruebas PISA y las de competencias básicas, cada vez más desastrosas– no es que estén demasiado consentidos, ni el sinsentido de unos planes de estudios siempre cambiantes según cambian los gobiernos, ni los efectos perversos de conceptos pedagógicos avanzados vacíos. Todas estas razones son ciertas y están ahí, pero no son las más importantes. Las determinantes son que hay un 35% de pobreza infantil y que cada curso entran en las clases catalanas muchos alumnos que no entienden ni una palabra de catalán ni de castellano. Nosotros –entiéndase por nosotros los boomers, para decirlo rápido– no tuvimos nada parecido en nuestra adolescencia. No es justo que pidamos el nivel que entonces teníamos en matemáticas o lenguas a los adolescentes de hoy cuando han desahuciado a sus padres, o viven cinco hermanos en pisos de 60 metros cuadrados, o estudian con compañeros que no saben catalán ni castellano, o son ellos mismos los que no conocen estas lenguas. Añádase a esto el desequilibrio entre escuela pública y concertada, con una gran mayoría de alumnos con necesidades especiales en la primera, y preguntémonos dónde están las promesas de un reequilibrio pactado en la investidura de Illa a instancias de los Comuns sin que hoy diga nada al respecto ni la consellera ni los Comuns, acaso porque políticamente es mala cosa tener en contra al profesorado: que se lo pregunten al anterior gobierno, que tuvo que enfrentarse a 6 huelgas. Recapitulemos: hay demasiado consentimiento, sí; hay demasiados cambios de planes de estudios, sí; hay planes de estudios modernos que son vacíos, sí, pero las razones profundas son la desigualdad y la falta de integración. ¿Y las irregularidades en adjudicaciones de plazas? Un despropósito inaceptable, sí, pero un problema menor al lado del deficiente nivel académico de nuestros alumnos. Los romanos ya se quejaban de que sus hijos eran peores que ellos hace dos mil años, y los hijos de esos romanos se quejaban de que sus hijos eran peores que ellos, y nuestros hijos se quejarán de que sus hijos son peores que ellos: eso es parte de la condición humana. Pero el mundo no se acaba; nos acabamos nosotros. Y solo hay una forma de seguir vivos: a través de nuestros hijos, y de los hijos de nuestros hijos, y de los hijos de los hijos de nuestros hijos. Creer en ellos es hacer crecer algo ajeno a través de lo propio. Seamos justos con ellos y lo seremos con nosotros.