SEGRE

El otro negocio de la campaña frutera: camas de temporada a 150 €/mes

Caseros de oportunidad alquilan alojamiento a ese precio, sin contrato ni recibo, a los migrantes que se desplazan a Fraga. Cientos de migrantes en busca de empleo van llegando al Baix Cinca

Temporeros en busca de empleo suelen andar por los alrededores de la estación de autobuses de Fraga. - PAU PASCUAL PRAT

Temporeros en busca de empleo suelen andar por los alrededores de la estación de autobuses de Fraga. - PAU PASCUAL PRAT

Lleida

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Alguien está haciendo un buen negocio a cuenta de la afluencia de trabajadores de temporada sin alojamiento al Baix Cinca y, especialmente, a su capital, Fraga, donde una cama en una casa antigua del casco viejo, a menudo infravivienda, cotiza a entre 100 y 150 euros mensuales.

“Quien puede, la paga; y quien no, tiene que dormir en la calle o buscarse la vida para dormir a cubierto”, coinciden los miembros de un grupo de ligrantes que buscan trabajo de temporada, todos de origen africano, algunos con papeles y otros no, junto a la estación de autobuses de Fraga, un punto habitual de estancia durante el día para los que buscan empleo.

Se trata, en todos los casos, de contratos informales, verbales y sin ningún tipo de registro oficial, que permiten a los dueños de las casas eludir la tributación por esos ingresos. “Nadie firma ningún papel”, anotan.

“Esto sigue así, no ha cambiado nada o, en todo caso, va a más. Alguien está haciendo un buen negocio con la infravivienda”, explican fuentes vecinales de Fraga. “Aquí se alquila una cama o un colchón, y en la mayoría de las casas que se alquilan no hay agua ni luz”, añaden. En alguna de esas casas duermen más de veinte personas.

La afluencia de temporeros al Baix Cinca durante la campaña de aclareo y recolección de la fruta no llega a las 4.000 personas. Según los datos de la Seguridad Social y el Iaest (Instituto Aragonés de Estadística), la diferencia de empleados en el campo entre marzo (mes de laboreo y ocupación normal) y julio (punta de recogida de la fruta) del año pasado fue de 3.844, una horquilla que fue de 3.809 en 2023 y que un año antes, tras las heladas y el pedrisco de 2022, fue de solo 1.740.

La mayoría de esos temporeros se alojan en los espacios que les facilitan los empleadores, a los que el convenio del campo habilita para descontar hasta un 10% del salario por el alojamiento y un 20% por la manutención. Esas rebajas se aplican sobre unos mínimos de 35,44 €/día y de 9,02€/hora, más 15,79 € por hora extraordinaria (18,04 € si es en festivo), brutos en todos los casos. La jornada habitual es de 54 horas semanales, nueve diarias de lunes a sábado.

Sin embargo, ni todos los patrones ofrecen alojamiento a los trabajadores que no residen en su localidad ni todos los migrantes pueden acceder a los albergues públicos. Eso crea una bolsa de población flotante sin techo que da pie al negocio del arriendo de las infraviviendas y que este año, con menos demanda de mano de obra en áreas como el Baix Segre, se da por hecho que será mayor.

“Alquilan casas que están vacías todo el año. Y hay compraventas cada año”, indican las fuentes vecinales consultadas.

Según el INE (Instituto Nacional de Estadística), en Fraga hay un parque de 1.056 viviendas vacías y 1.141 más cuyo consumo eléctrico no llega a un tercio del habitual. Entre ambas suman más de la cuarta parte de las casas de la ciudad.

“Estamos viviendo mal. Mucha gente no tiene trabajo. Los que sí estamos trabajando les ayudamos para comer”, explica otro de los africanos. “La cama vale 100 o 150 €. Si pagas, te quedas”, añade.

“El problema es que los que no tienen ‘papeles’ duermen en la calle”

“El problema es que los que no tienen papeles duermen en la calle”, explica Mohamed, un marroquí de Sevilla y documentado que se aloja por unos días en el Espacio Clara Campoamor, el complejo de modulos prefabricados que gestiona en Fraga el ayuntamiento, la comarca del Baix Cinca y Cáritas de Barbastro-Monzón y que permite pasar hasta diez días a quienes buscan empleo de temporada y a los ocupados que no tienen alojamiento. El espacio acoge a 11 usuarios, según explicaron fuentes del consistorio fragatino, aunque también ofrece por la tarde servicio de ducha a otros temporeros que no duermen en las casetas, que suman capacidad para alojar a 40 personas y disponen de cocina, nevera y lavadora. El equipamiento permanece cerrado de las 7.30 horas a las 17.30, el horario en el que se supone que los usuarios están trabajando o buscando empleo. Sin embargo, eso da lugar a una situación paradójica como es la acampada de casi una decena de ellos en el exterior de una nave industrial abandonada de las inmediaciones. “Algunos vienen a comer y por la tarde vuelven a trabajar”, indica Mohamed, que insiste en las tres peticiones que con mayor insistencia plantea el colectivo de los temporeros: “necesitamos ropa y comida. Y cursos para aprender un oficio”. Mohamed, como su compatriota Ismail, dispone de un automóvil. “Caben siete en la furgoneta, tengo siete plazas para llevar a la gente al trabajo”, anota el segundo. Un vehículo, o mejor la posibilidad de trasladar a otros trabajadores, ofrece cierta ventaja a la hora de pedir empleo, por mucho que el convenio del campo obligue a los empresarios a facilitar (a su cargo) el transporte de la plantilla a los campos. Mohamed y Kamal recogen leña para encender el fuego con el que cocinarán la comida, un guiso a base de patatas, en una olla exprés. Otro Mohamed, un nombre cuya repetición evoca la ancestral tendencia al miedo que contagia al extranjero en situaciones de desamparo, lleva 25 años en el Estado. “Busco trabajo”, dice. Yousef, que lleva diez en Almería, se ha podido emplear dos días. Es, hasta ahora, de los que más.

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