Mequinensa fue hace 3.000 años un lugar de cruce de culturas europeas
Un estudio internacional detecta el mestizaje de personas originarias de la actual Francia, el centro de Europa y del sureste peninsular. Halla prácticas endogámicas en la edad de bronce

El túmulo en el que se centra el estudio incluye el enterramiento de 30 miembros de la misma familia. - JOSÉ IGNACIO ROYO GUILLÉN
“Mequinensa fue probablemente un lugar de mestizaje, de conexión entre grupos humanos alejados”, ya durante el tramo final de la edad de bronce, hace alrededor de 3.000 años, explica Marina Bretos, investigadora predoctoral del IUCA (Instituto Universitario de investigación en Ciencias Ambientales) de la Universidad de Zaragoza. Bretos coordina el estudio internacional sobre la vertiente genética de los restos hallados en el yacimiento de Los Castellets, en Mequinensa, que ha permitido constatar la presencia en la zona de perfiles originarios del sureste de la península ibérica y del norte de los Pirineos, probablemente del sur de la actual Francia o vinculados a lo que hoy es la Europa central.
“La investigación genética, que demuestra que somos descendientes de gente que migró, resuelve algunas preguntas y abre otras: ¿Por qué venían? ¿Cómo se movían? ¿Cómo fue el intercambio cultural, de innovación tecnológica y de aspectos económicos, entre esos grupos?”, plantea la investigadora.
La investigación, que ha constatado el papel del área en la que el Segre y el Cinca concluyen con el Ebro como un área de recepción de migraciones hace tres milenios, se ha centrado en el estudio del ADN de los restos humanos de uno de los túmulos funerarios del yacimiento, excavado por el arqueólogo José Ignacio Royo Guillén en los años 80 y cuyo trabajo califica Bretos de “fundamnetal para que ahora podamos explorar otras líneas”.
El análisis de los restos genéticos de más de treinta cadáveres sepultados entre los años 1.200 y 900 AC, y junto a los que había otros que habían sido incinerados, han revelado algunos rasgos de aquella sociedad, previa a las de los fenicios y de los íberos, como el mestizaje de dos grupos humanos, la constatación de que existía movilidad entre el valle del Ebro y el mediterráneo y con áreas ubicadas al norte de la península ibérica y, también, la práctica de la endogamia, es decir, del apareamiento entre parientes.
El túmulo, cuya excavación también ha revelado la existencia de prácticas funerarias, quizás cercanas a lo religioso, por el uso de ajuares para los difuntos que sus enterradores depositaban en urnas de cerámica, acogía los enterramientos de una familia extensa con vínculos biológicos más fuertes por vía paterna que materna. Dos tercios de los enterrados, que estaban agrupados en una misma área, estaban emparentados, mientras que el análisis de los incinerados no llegó a realizarse.
“Era una endogamia moderada”, señala Bretos. Este tipo de prácticas “se asocia a grupos que quieren afianzar la identidad de su linaje biológico y que desarrolan estrategias para conservarlo”, anota.
Otra investigación que mella el mito del Pirineo como gran frontera
Los trabajos de las universidades de Zaragoza y de Leipzig (Alemania) sobre el yacimiento de Los Castellets, en Mequinensa, coinciden en cuestionar el mito que sitúa al Pirineo como una barrera natural que aislaba a la península ibérica del resto del continente con las investigaciones desarrolladas por la universidad de Barcelona y otras europeas sobre cuevas como la de Os de Balaguer. Ambas líneas constatado el tránsito de personas y el trasiego de bienes desde el neolítico.