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Alfalfa de Lleida para la Primera Guerra Mundial: “las pacas podían amortiguar el impacto de la metralla y de las balas”

Las pacas de alfalfa prensada podían amortiguar el impacto de la metralla y de las balas, convirtiéndose en un insólito pero efectivo escudo, fácil de transportar cuando la línea del frente avanzaba o retrocedía.

Factura de la chocolatería vinculada a Dousset-Simó, de 1914.

Factura de la chocolatería vinculada a Dousset-Simó, de 1914.

Publicado por
JOSEP IBARZ GILART

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El estado español no participó en la Primera Guerra Mundial, pero el gran conflicto tuvo consecuencias en países que se mantuvieron al margen. Josep Ibars explica que Almacelles facilitó alfalfa en Francia como alimento de los animales y como insólito material de protección en las trincheras.

Entre 1914 y 1918, Europa vivió la Primera Guerra Mundial, un conflicto inmenso que trasegó la vida de millones de personas. Aunque España se mantuvo neutral, las consecuencias del conflicto llegaron igualmente a nuestros pueblos. Francia, inmersa en frentes devastadores como el de Verdun, necesitaba enormes cantidades de forraje. La alfalfa, un recurso especialmente valioso –y del cual Almacelles disponía en abundancia– servía tanto para alimentar los animales como para reforzar las trincheras.

Las pacas de alfalfa prensada podían amortiguar el impacto de la metralla y de las balas, convirtiéndose en un insólito pero efectivo escudo, fácil de transportar cuando la línea del frente avanzaba o retrocedía. En este contexto de efervescencia llegó a Almacelles, hacia 1914, un joven llamado André Dousset, enviado por el gobierno francés con la misión de adquirir toda la alfalfa posible. Con carácter afable y una gran constancia, se ganó la confianza de los campesinos y compró buena parte de la producción local.

El tossalet –o Era del Pujolet-, situado entre las calles Anselm Clavé y Joaquim Costa y hoy desaparecido, fue el centro de sus operaciones. André organizó toda la logística: apilaba la alfalfa e instaló maquinaria para prensarlo. Una vez preparadas las cargas, los carreteros las transportaban hasta la estación, donde los vagones se llenaban antes de emprender el camino hacia el frente. El tráfico de mercancías experimentó un crecimiento espectacular: de 9.819 toneladas de productos agrícolas el año 1909 se pasó cerca de 15.000 en 1918.

Jacqueline Dousset Simó y Jean Costrejean.

Jacqueline Dousset Simó y Jean Costrejean.

Las personas mayores del pueblo todavía recuerdan el relato de un grave susto que se vivió un verano en la era de André. La alfalfa, apilada sin haberse secado del todo, fermentó, se calentó y acabó encendiéndose. Al ver las llamas, todo el pueblo salió corriendo para ayudar. Se formó una cadena humana de más de 350 personas: hombres, mujeres y jóvenes se pasaban cubos de agua una tras la otra desde una balsa situada a unos doscientos metros. Cuando cayó la noche, un automóvil –quizás lo único del pueblo– hacía luz, pero para reforzarla, unos jóvenes desmontaron los faros y los utilizaron como improvisadas linternas para iluminar a los que llenaban los cubos dentro de la balsa. Gracias a aquel esfuerzo colectivo, el fuego fue finalmente sofocado y dejó en la memoria de Almacelles un episodio de unidad y solidaridad que vale la pena no olvidar.

Pero no todo era trabajo. André también encontró tiempo para pasear por la calle Major de la localidad. Y fue así como su corazón quedó cautivado por Teresa Simó Baltasar, una joven de Almacelles con poco más de diecisiete años. Al acabar la guerra, la pareja se marchó a París, donde formaron familia y donde André siguió dedicándose al comercio. Tuvieron dos hijas: Jacqueline y Gisela. Jacqueline Dousset Simó –una de las dos hijas del matrimonio; la otra se llamaba Gisela- conoció el año 1936 Jean Costrejean, que trabajaba al lado de su padre en la fábrica familiar de chocolate, Costrejean te Tichets, fundada en 1866.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Jean sirvió a la aviación francesa, probablemente pilotando el modelo más abundando del momento: el Morane-Saulnier M.S.406. Desmovilizado el 1942, pudo casarse con Jacqueline a finales de aquel mismo año.

Avión Morane-Saulnier M.S.406.

Avión Morane-Saulnier M.S.406.

La ocupación alemana hacía muy difícil la vida en París. Por este motivo, Jacqueline intentó en varias ocasiones obtener de la Gestapo –que ejercía funciones de inteligencia y contrainteligencia– el permiso para volver a Almacelles con su marido. Pero el hecho de que Jean había sido piloto de aviación no favorecía nada la autorización, ya que su experiencia militar podía ser considerada sensible por las autoridades ocupantes. La pareja parece que siguió residiendo en París, donde nacería su hijo, Jean-Marc, el año 1944.

Jean-Marc Costrejean inició su carrera en 1971 en el Instituto Pasteur, bajo la dirección de Jacques Monod, Premio Nobel de Medicina. Destacó en la investigación fundamental en hematología dentro de la unidad de bioquímica celular del profesor Georges Cohen, donde demostró un trabajo de una calidad excepcional. Además de científico, fue un erudito que publicó en varias revistas francesas y extranjeras, muy apreciado por su sencillez humana e intelectual.

En 1978 obtuvo el doctorado en ciencias biológicas bajo la dirección de Paul Schmitt, y posteriormente colaboró durante muchos años con el doctor R. Santier y con el laboratorio de la calle Sablons, en París. El año 1989, perdió trágicamente la vida en un accidente de equitación.

Durante todos aquellos años, la familia Dousset Costrejean siguió visitando Almacelles, a menudo con chocolate de la empresa familiar para los parientes y amigos. Aquellas estancias mantenían vivo un vínculo nacido en tiempos difíciles, pero sostenido por el afecto y la memoria.

Hoy, más de un siglo después, aquel episodio nos recuerda que la historia de Almacelles también se escribe con pequeñas historias humanas que atraviesan fronteras y generaciones.

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