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Reportatge

El lazarillo que aprendió a tocar el violín

Tenía siete u ocho años cuando pidió permiso a sus padres para ver mundo acompañando un ciego que tocaba el violín. Antonio Ríos era de Bellver de Cinca y al tiempo volvió a casa con una pasión que se convertiría en el motor de su vida: la música. Fundó una orquesta y con ella viajó más de setenta años por las fiestas de media Península.

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Una de las fotos que el pianista de Bellver de Cinca José Luis Ríos pone encima de la mesa conecta directamente con El viaje en ninguna parte de Fernando Fernan Gómez. Es una instantánea pequeña en blanco y negro, manoseada por el tiempo, mal enfocada y muy evocadora: cuatro hombres derechos y abrigados en una plaza polvorienta y desolada de pueblo a mediados de los años cincuenta; hace frío, esperan el autobús que los tiene que llevar al destino de la próxima actuación.

En los tiempos grises de un siglo convulso, Antonio Ríos capitaneó a una orquesta que amenizó veladas a ambos lados del Pirineo, que tocó en todo tipo de escenarios con un solo objetivo: hacer pasar un buen rato a la gente. Hijo único de una familia campesina de Bellver, Antonio nació en 1901 y quedó tomado de la música el día en que un ciego hacía sonar su violín por las calles del pueblo. El calendario todavía no había llegado ni en 1910 y, en aquella época, en casa había ni radio ni aparatos reproductores de música de ningún tipo, así que escuchar era un placer muy ocasional”, explica José Luis. Él es nieto de aquel niño que, con siete u ocho años, consiguió que sus padres lo dejaran marcharse con el viejo violinista a cambio que este se hiciera cargo y le enseñara a tocarlo.

Después de girar por media Península haciendo de buscavidas y lazarillo, “sus conocimientos musicales se estancaron porque la mayor parte del tiempo era el mismo ciego quien tocaba el violín y él, junto con otro niño que también lo acompañaba, se dedicaba a vender estampitas o postales. Mi abuelo siempre explicaba que un día, por las calles de Pamplona, un señor lo pudo escuchar, elogió su estilo y le aconsejó que si quería mejorar tendría que estudiar en una escuela. Este personaje decía que era el violinista y compositor navarro Pablo Sarasate, pero eso es imposible de comprobar”, reconoce José Luis. En todo caso, dejó la vida nómada cerca del ciego y se fue a casa de unos parientes de Barcelona con la idea de que en ciudad sería más fácil aprender música. Trabajaba para un hombre que venía instrumentos y, cuando estaba a punto de entrar en el conservatorio del Liceo para estudiar, “tuvo que volver al pueblo, en Bellver, ya que era hijo único y en casa lo necesitaban y echaban de menos”, explica el nieto.

Pero la música ya corría por sus venas y con trece años había visto más mundo que la mayoría de hombres de su pueblo. Ávido de nuevos acuerdos, llegó al pueblo vecino de Ontinyena, donde había José Guioni Lebbeti, denominado el italiano, porque decían que enseñaba música. Este lo aceptó como alumno y para ir a clase el joven Antonio tenía que hacer a pie los 15 kilómetros que separan ambos pueblos. Fue él, Guioni Lebbeti, a quien le enseñó a leer partituras y quien le adobó el terreno para crear su primera formación. En 1916, cuando era sólo un adolescente, tomó el relevo del maestro al frente de la banda que tenía con los discípulos, llamada Los Italianos, y la refundó y bautizó con el nombre de Orquesta Ríos. Era un hombre de acción, dispuesto a probar suerte y a no quedarse con la sensación de que la vida se le escapaba de las manos y los sueños se perdían en excusas de mal pagador. Ninguna de las formaciones que montó nunca dio ingresos estables, y durante las épocas que no podía ganarse la vida en los escenarios lo hacía en la barbería. Trabajó al campo y a la construcción, pero el oficio alternativo a la música más estable era con una navaja y unas tijeras. La vida bohemia de las fiestas mayores no lo privó de fundar una familia y de transmitir, tanto a los dos hijos como a la última niña, la pasión por la música. “Tanto mi padre como mi tío continuaron con la orquesta, pero a mi tía María Luisa nunca la dejaron tocar fuera del pueblo”, explica José Luis. “Era buena con el saxo porque ya de pequeña lo enseñaron, pero sólo la dejaban subir al escenario de Bellver. Eran otros tiempos”.

Los referentes de Antonio en aquellos años veinte y treinta eran músicos como Xavier Cugat o Glenn Miller, hombres con banda propia que marcaban el ritmo de las modas en las pistas de baile. Desde Bellver de Cinca, en una época de comunicaciones precarias, Antonio no se resignó a hacer una banda cualquiera y evoluciona, cambia, se moderniza y adapta el sonido de la orquesta a las melodías propias de cada época. “En los años veinte tocaban pasodobles y tangos, pero después evolucionaron con el repertorio de baile de cada época hasta que en los años setenta y ochenta tocaban el pop rock más popular”, explica José Luis. Él, como sus primos, fue la tercera generación de músicos que pasaron por una de las diversas orquestas Ríos de Bellver. Tres generaciones y decenas de músicos de la comarca del Baix Cinca, de Lleida, de Huesca o Zaragoza que durante setenta y cinco años hicieron bailar parejas desde Navarra hasta la Costa Azul francesa.

La realidad era mejor que la ficción El falso trompetista A las fotos promocionales de las diferentes orquestas formadas por la familia Ríos a lo largo de casi ochenta años de historia, generalmente salían los componentes habituales de la banda. Mientras estuvo vivo, el líder siempre fue Antonio, un hombre incombustible que actuó hasta el final de sus días. Pero una vez se jubiló oficialmente ya no podía participar del espectáculo por razones legales, así que no salía a los carteles ni postales promocionales del grupo. En la foto, de finales de los años sesenta, para completar la banda utilizaron de modelo a uno de los camareros habituales de la discoteca Florida de Fraga. Es el situado en el extremo derecho de la imagen, y nunca tocó con ninguna de las orquestas. Estas, a lo largo del siglo XX, cambiaron de nombre y se fueron adaptando a los tiempos y las modas propios de cada época sin complejos. Estar al día, este era el carácter que definía los Ríos.

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