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Navidades zombis

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Cuando se trata de una película adolescente en la que se canta y se baila, resulta fácil que acudan a la memoria títulos referenciales. Cuando aparecen zombis que en el cine ya son de por sí un género en sí mismo, otro tanto. En ambas situaciones por separado hay muchísimos lugares comunes, pero lo que coloca a Ana y el Apocalipsis dentro de una parcela con su punto de originalidad radica en la mezcla, en que entre muertos vivientes y mordiscos se intercalen números musicales con chicos y chicas que dan vida a una situación que amenaza con todo lo contrario, y que para rematarlo transcurre en época navideña. Como en la celebrada Zombies Party, el instinto de supervivencia es paródico y se concentra en una pequeña localidad inglesa entre personajes enamoradizos unos, fanfarrones otros, incomprendidos o de fuerte personalidad, amén del tarado de turno personificado en el director del instituto. Se estrechan vínculos familiares dentro de un caos macabro donde todo parece derivar hacia la pérdida de la inocencia, trastocando esas presentes ganas de salir del aburrimiento cotidiano, algo que viene dado de forma brutal por una situación terrorífica. Impagables por cómicas resultan las escenas de un día cualquiera con la protagonista cantando por las calles ajena al desorden sangriento que tiene detrás o el picante tema que se marca la joven Marli Siu sobre el escenario en la fiesta del colegio. En su desmadre zombi, en sus canciones, en su pulso puramente juvenil, va quedando un regusto amargo de desencanto sobre un presente que ya no es y un futuro incierto, tal cual la vida real, porque como los mismos personajes señalan ya no hay finales como los de Hollywood.

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