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En una decisión consensuada por Generalitat y ayuntamiento de Barcelona, los políticos cederán el puesto de la cabecera de la manifestación antiterrorista del próximo sábado a los ciudadanos y, en concreto, al personal de los servicios públicos que actuó en primera fila tras los pasados ataques: Mossos d’Esquadra –y las respectivas policías locales– y servicios de emergencias, desde médicos a psicólogos.

A falta de concretar los detalles sobre el formato, así lo confirmaron tanto la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, como el conseller de la Presidencia, Jordi Turull. Aplaudimos desde aquí la rapidez de ambas administraciones en cerrar un debate estéril sobre quién debía o no encabezar este acto, que será una ventana al mundo en favor de la paz y contra el terrorismo.

No se trata de una manifestación para reclamar derechos políticos concretos, ni leyes o marcos jurídicos. El acto del Passeig de Gràcia tiene como única finalidad unir a personas de todo tipo de razas, creencias religiosas o ideologías para decir bien alto y fuerte que el terrorismo no podrá acallar las conquistas de libertad, igualdad y democracia que tantos siglos le han costado consolidar a Europa y al mundo occidental en su conjunto.

También será el momento de mostrar, todos a una, que la diversidad, la pluralidad y las diferencias culturales que los inmigrantes han aportado a nuestra sociedad no son el problema, todo lo contrario, y que Catalunya, España y el mundo entero son en sí mismos heterogéneos. Todos venimos de algún otro lugar y las diferencias siempre han enriquecido a los pueblos y han ayudado al progreso económico, social y cultural.

Se trata de gritar unidos que los ciudadanos no tenemos miedo, y si lo tenemos nos esforzamos en superarlo, para hacer frente a esta barbarie dirigida por criminales que utilizan todas las estrategias de las sectas más radicales para sus infames fines, que no son otros que sembrar el terror y desestabilizar, dividir y enfrentar a los ciudadanos, convirtiendo también en víctimas a los propios musulmanes.

Nadie puede ni debe ser vetado en el acto de Barcelona, por muchos interrogantes que se ciernen sobre las políticas de ventas de armamento a países que financian al Estado Islámico. No es el momento ni el lugar, tiempo habrá de discutir estos aspectos en los parlamentos. Barcelona todavía está de luto y lo único que quiere es seguir siendo una ciudad de concordia y paz abierta al mundo.

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