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Un fotograma del documental ‘La memoria infinita’.

Un fotograma del documental ‘La memoria infinita’.

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LA MEMORIA INFINITA

★★★★✩

Existen documentales que penetran en las vidas de las personas, de sus recuerdos, de sus vivencias. Son fragmentos íntimos que van hilvanando una historia que se sincera frente a una cámara. Lo verdaderamente difícil es saber mostrar la realidad sabiamente, dejar que todo confluya en lo que se quiere decir y en cómo hacerlo. La chilena Maite Alberdi sorprendió con La once o ese encuentro de mujeres que durante 60 años se reúnen a tomar el té y que forman parte de la memoria colectiva de un país. Posteriormente ya mostró que era una documentalista especial con El agente topo en torno a un detective anciano investigando en una residencia para la tercera edad. Ahora lleva un nivel superior el documental con La memoria infinita, una emotiva historia de amor cuando la neblina de una enfermedad neurodegenerativa como es el Alzheimer intenta borrarlo todo. Maite Alberdi, con una sensibilidad que conmueve, muestra a un matrimonio que fue y es parte de la historia de un país, la del periodista Augusto Góngora, un profesional que no calló ni se amilanó ante el golpe militar de Pinochet y que dio voz a los que sufrieron la barbarie, que recordó a sus amigos torturados porque en sus propias palabras “A muchos muertos no los dejan morir, como los desaparecidos en las dictaduras”, que fue a los barrios marginales y dio a conocer la dura realidad. Un hombre que fue un intelectual que durante años dirigió un programa cultural que fue todo un referente en Chile, y la de la actriz y exministra de Cultura durante el mandato de Michelle Bachelet, Paulina Urrutia, una mujer que mantiene vivo el recuerdo de una estrecha y amorosa relación con un ser maravilloso al que una inmisericorde enfermedad le fue robando el pensamiento, pero que peleó por la vida, y que en esa oscuridad mental todavía sobresalían momentos de una poderosa lucidez y una inagotable ternura hacia esa mujer paciente y eternamente enamorada.La cineasta chilena alterna imágenes de archivo de ambos, de sus viajes y sus momentos familiares, alegres y joviales, con esa sensación de que el tiempo los respetaría porque esa adoración entre ambos no merecía otra cosa, con otras de la historia reciente de un país herido y de un trabajo valiente de un periodista de referencia como Góngora. Después, la casa de ambos se convierte en refugio y cárcel durante la Covid, y posteriormente también en el deterioro físico de él, y la abnegación y generosidad de ella. Lo hacen todo juntos. Ella ensaya obras de teatro y él la observa con detenimiento, pasean y juegan a adivinarse, a intentar que lo que se va olvidando retorne, un ejercicio constante entre canciones y caricias, entre crisis propias de la enfermedad y una lucha incansable.Aquella bella casa, llena de libros y afecto, es el escenario donde se suceden todos los momentos vividos y eso emociona. Todo es tan limpio, tan transparente, tan humano, que logra convertir en belleza un destino implacable.La memoria infinita nos habla de una enfermedad, pero también reivindica a seres que lo han dado todo por sus ideas, que han dejado un legado inestimable. Por ello, no debemos olvidar ni sus nombres, ni quiénes fueron, ahora que nosotros todavía podemos recordarlos.

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