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El argentino Iair Said, conocido en su país por interpretar películas y series, también se pone tras las cámaras para rodar cortometrajes o el documental Flora no es un canto a la vida (2018), sobre su tía abuela que desde que nació sintió que iba a morir, un trabajo desesperanzado pero intercalado con un humor agrio.

Said es un tipo raro, y su personaje en Los domingos mueren más personas no lo es menos. Dirige y se mete en la piel de David, y no sabemos si parte de su personalidad es imaginada o propia.

Aquí, como un hombre que regresa desde Roma –donde vive por una beca en Comunicación– a Buenos Aires tras el fallecimiento de su tío.

David tiene muchos matices interiores pero su aspecto es parco, tanto en los momentos en que piensa su impericia en silencio como en las torpezas que protagoniza con sus actos. Ya desde un principio marca su talante neurótico cuando no consigue una pastilla para dormir en el vuelo que lo ha de llevar a Argentina. Su relación con su madre y sus primas es insulsa.

A David le ha dejado su pareja, es homosexual y sus acciones son cómicas y a su vez, lastimosas, como cuando cierra voluntariamente la puerta del apartamento de su madre y pide en calzoncillos a un vecino que le deje estar en casa hasta el regreso de la misma.

Ruega unos pantalones cortos y se masturba en el lavabo con ellos; acompaña a su primo a una fiesta donde usan un pintalabios azul -algo que le confiere un aire rarísimo- y aún más cuando se duerme de madrugada conduciendo y sufre un accidente.

Su familia judía, su cansina tradición en torno a la mesa, ese tiempo en que no sabe muy bien qué hacer lo llenan de soledad. Por ello, sus actos son absurdos y alcanzan un tono más dramático que cómico.

Su padre está en coma desde hace tiempo, y el dilema de desconectarlo en el terreno emocional de la madre tiene un peso específico, incluso cuando dice aquello de “¡qué caro es morir!”. Pero hay entereza, la entereza que le falta a David inmerso en una crisis continua, entre el miedo a la muerte y la pesadumbre con la vida.

Los domingos mueren más personas es una película pequeña, sin la pretensión de asumir lo que no pretende alcanzar, y esa es su mayor virtud, porque es humana, tiene momentos emotivos, de nostalgia de un olor de perfume pegado a la almohada de quien ya no está, de no evitar ser un personaje ridículo en un mundo que tampoco puede presumir de ser lo contrario, y sobre todo, y en palabras del propio Said, el cine es para él y en la actual Argentina un acto de resistencia.

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