La naturaleza del mal
Basada en un relato corto del escritor de novelas y también guionista Owen Marshall y presentada en el pasado Festival de Sitges, donde los dos actores principales, John Lithgow -recordado por En nombre de Caín, de Brian de Palma, o Ricochet de Russell Mulcahy-, y Geffrey Rush, un maestro de la interpretación, obtuvieron el premio a la mejor interpretación -algo que no es de extrañar, pues ambos son dos actores con una veteranía y un saber hacer indiscutible y capaces de levantar una película tan solo con sus presencias-, La ley de Jenny Pen retrata esa cara perversa del ser humano en la figura de un personaje, Dave Crealy (John Lithgow), que desde un principio deja claro eso de que quien nace malo lo es durante toda la vida, y la vejez no es un eximente de ello. Pero la historia cerrada en sí misma de esta película de terror psicológico también tiene su anverso en la figura de Stefan Mortensen (Geoffrey Rush), nada predispuesto a que un psicópata anciano le haga la vida imposible como hace con los demás, ejerciendo el mal como conducta hacia todos y, en especial, hacia un veterano ex jugador de rugby al que le tiene tomada la medida.
La historia tiene su lado malévolo al ambientar la trama en una residencia de ancianos, lugar al que irá a parar el juez Mortensen tras haber sufrido un derrame cerebral que le ha dejado secuelas, y por ello, cierta indefensión ante el “gamberro” del lugar que no descansa en eso de martirizar a los pobres residentes y con el que iniciará un duelo personal.
Ambas son dos mentes astutas. Cada una de ellas utiliza sus armas, aunque por momentos dé la sensación de que la malignidad cobra cierta ventaja, que una mente retorcida que siempre anda con un muñeco al que hay que rendir pleitesía o sufrir las consecuencias se las sabe todas.
La ley de Jenny Pen trabaja con mucha precisión el juego sádico, esa agobiante diversión de un perturbado que siempre estuvo allí, que no descansa para mantenerte inquieto.
La ley de Jenny Pen
El guion posee ese punto original de encuadrar el sadismo dentro de un lugar de aparente paz, un sitio donde lo improbable se manifiesta a través de una lucha supuestamente desigual pero que nos lleva a un tour de force difícil de prever. Y es justo ahí, en ese desafío entre un hombre brillante y sagaz y un demente no menos inteligente, donde se espera una resolución más original para cerrar esta angustiante película con magnífica labor actoral, un tanto deslucida por la celeridad hacia un final que merecía estar más a la altura de sus protagonistas que, sin duda, lo son todo en esta incursión en torno a la naturaleza del mal.