Paranoia colectiva
Una película furiosa, llena de rabia, por algunos momentos enajenada, con vocación de ser polémica mostrando las grietas morales y sociales de unos Estados Unidos en permanente conflicto interno, algo que ha sabido trasladar a la pantalla un director, Paul Thomas Anderson, que en su filmografía puede presumir de algunas de las películas más sólidas del actual cine americano con títulos como Magnolia, Boogie Nights, Pozos de ambición, El hilo invisible o Licorize Pizza.
Adaptando la novela Vineland de Thomas Pynchon, uno de los escritores más enigmáticos por su conocida fobia social y que supo construir la crónica de una América rebelde ante la represión ejercida en los sesenta, Paul Thomas Anderson, que también adaptó otra novela de Pynchon Puro vicio en el 2014, traza ahora una sorprendente película donde la paranoia colectiva se adueña de cada momento dando espectacularidad y no poca crítica social de unos tiempos convulsos que inteligentemente el cineasta traslada a nuestros días, y a un grupo revolucionario antisistema que desde un principio lleva a cabo sabotajes y no pocos dolores de cabeza a las fuerzas armadas que aquí representa con brutalidad y la ambición de conseguir ser miembro de una secta política con ideología supremacista un coronel imprevisible (Sean Penn).
El terrorismo formado por los llamados French75 tiene sus códigos, pero una delación hará que algunos sobrevivientes queden esparcidos pero con consignas para protegerse del paso del tiempo. Y así, después de 16 años, uno de sus miembros fundadores ahora es un paranoico personaje, tan deteriorado por las drogas y el alcohol que no recuerda ya ni una sola contraseña para contactar con sus camaradas al intentar desesperadamente recuperar a su “hija” adolescente secuestrada por la viva imagen del mal.
Leonardo DiCaprio está excepcional en su rol de patético ser acometiendo su singular búsqueda entre la histeria y esa madera de héroe a la fuerza, algo que en su ansiedad, choca frontalmente con la naturaleza de un amigo (Benicio del Toro), todo tranquilidad y cultura Zen, metido de lleno en salvar a inmigrantes ilegales perseguidos sin cuartel.
Una batalla tras otra es pura adrenalina, con esa trepidante persecución de tres coches por una carretera ondulante e infinita, y también una mirada atrevida sobre la represión, como si fuese un espejo de una situación real que se vive hoy día.
Una batalla tras otra
Tras esa fachada de pura acción, Paul Thomas Anderson ha retratado con maestría la locura de un país convulso, y lo hace con talento, algo al alcance de pocos, poquísimos cineastas.