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Esta es una película con atmósfera de western clásico en sus intenciones, de mirada ralentizada, de espacios contrastados con el horizonte y figuras que como fantasmas se recortan en él. Sostiene una violencia que se justifica por los correosos personajes que transitan por un tiempo perturbador en el que la ley se manifestaba de un modo inflexible y el desorden se respiraba por vastos territorios, donde cualquiera mataba por algún mal gesto, por nimio que pareciese. Por ello, Rust se encuadra en lo que gracias al talento de Sam Peckinpah se denominó western crepuscular, de viejos pistoleros no ya sin futuro sino sin presente, de jóvenes airados de gatillo fácil, aunque sin querer menospreciar, a muchísima distancia de las magníficas películas de aquel realizador fronterizo.

Rust, siempre en un tono desanimado, lánguido, incluso triste, nos relata una historia de culpa y de redención de la mano de un viejo forajido buscado durante décadas por la ley que, por cuestiones de sangre, irá a socorrer a un nieto de 13 años condenado a la horca por un asesinato accidental.

Ninguno de los dos personajes han acercado jamás vínculo afectivo alguno. De por sí, ni se conocían. Pero Harland Rust, con una biografía terrible y temible, con no pocas muertes a sus espaldas, emprenderá un viaje hacia la salvación del muchacho por territorios de Kansas para llegar a la frontera mexicana. Y es en ese viaje donde ambos se apoyarán mutuamente.

Hasta aquí, la historia tiene su mensaje, su filosofía en torno a los lazos que unen, pero Rust se va abriendo a otros personajes secundarios para otorgarles entidad, como es el caso de un legendario defensor de la ley con su drama a cuestas -un hombre que reniega de Dios porque nada bueno espera ya de Él-, y el de un cruel cazarrecompensas que, contrariamente, alaba los pasajes de la Biblia al tiempo que mata sin contemplaciones. Todo en Rust es la crónica de una huida y una persecución implacable. Guarda algunos momentos notables, magníficos encuadres y violentos enfrentamientos, aunque su metraje se prolongue más de lo que el argumento precisaba, además de lo poco que le ha ayudado el ser una película trágica que acaparó la atención mediática durante su rodaje por el mortal disparo que recibió la profesional de la imagen Halyna Hutchins, el posterior proceso que involucró al propio Alec Baldwin como productor y como el hombre que fortuitamente apretó el gatillo. En definitiva, un western correcto que dedicaron a la malograda directora de fotografía, fotografía que curiosamente resulta de lo mejor de este trabajo cinematográfico.

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