El juego del gato y el ratón
Premiada en el pasado Festival Internacional de Cine de Comedia de Begur, Playa de lobos es una película que mueve sus engranajes partiendo de un detalle nimio, una hamaca y un turista argentino afincado en Suecia que, terco él, no quiere levantarse de ella, causando la irritabilidad del encargado de un chiringuito playero, lugar donde se desenvuelve una trama y que, a través de situaciones provocadas, va acercando a los dos personajes a confesar su penas y rabias interiores, a convertirse en seres que van desenredando la madeja de sus secretos aunque nada es lo que parece y muchas de esas confidencias tienen trampa.
Javier Veiga nos presenta una película que dentro de lo previsible se va convirtiendo en algo original, en un título que no podemos definir, con momentos en que Dani Rovira canta canciones acompañado por una banda de personajes con caretas carnavalescas de lobo y un tono de comedia negra, negrísima, apoyada en el drama de ese Manu (Dani Rovira) al que su hermano le jodió la vida -rol mafioso que se reserva el propio Veiga, director y buen actor gallego- y ese Santa (Guillermo Francella), aparentemente despechado porque su mujer sueca se echó un amante y lo abandonó, aunque las cosas cambian en cada maniobra de palabras cruzadas, en ese dominio del lenguaje que el personaje de Francella va infligiendo como un castigo a la ignorancia inocente de Manu para llevar ese juego del gato y el ratón hasta las últimas consecuencias.
Esta es una película desconcertante y bien hilvanada que tiene en Guillermo Francella a su máximo valedor, un intérprete que forma parte de ese póker de actores argentinos que completan Ricardo Darín, Darío Grandinetti y Oscar Martínez, todos ellos extraordinarios que elevan el cine de su país a un más que notable nivel y que cuando atraviesan el Atlántico enriquecen el cine español.
Playa de lobos invita a pasar un buen rato. Entretiene, que es mucho.
Se mueve entre la mentira y la confusión, manipula y ejerce toda la fuerza de esta enrevesada historia en la presencia de Francella, que se adueña de cada plano, de cada frase, de cada cambio argumental, porque es gato viejo con zarpas dialécticas muy bien afiladas.
Javier Veiga, con mucha ironía y gracia, ha construido una película sobre el enredo, sobre aquella famosa frase según la cual nada es lo que parece, subrayando una frase final diáfana, nítida y con ingenio, atribuida a Albert Einstein en torno a la imbecilidad del hombre: “Cuando te mueres, no sabes que estás muerto, no sufres por ello. Son los demás los que sufren por ti. Lo mismo pasa cuando eres imbécil”.