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El último número celebrado en el Kursaal, pese a no lograr el lleno absoluto esperado –sí una razonablemente buena respuesta de público–, debe ser considerado, sin embargo, uno de los puntos culminantes de esta sexagésima edición del festival Jazzaldia. Dedicado en formato de homenaje al inolvidable pianista canadiense Oscar Peterson, este show protagonizado por un trío excepcional formado por John Clayton al contrabajo, Sullivan Fortner al piano y Jeff Hamilton a la batería, no fue una simple recreación nostálgica sino, mucho mejor que eso, un ejercicio profundo de interpretación y legado hacia una de las figuras trascendentes del jazz del siglo XX. Quienes tuvimos la fortuna de ver a semejante monstruo jazzístico en acción –en mi caso, en recital de piano solo durante una de las ediciones del ya finiquitado Festival de Jazz celebrado en Andorra en los años noventa, poco antes de su traspaso– guardamos en la memoria imborrable la experiencia, conscientes de haber podido ver tocar a uno de los mejores en su instrumento, brillante adaptador de temas ajenos, compositor de gran calibre y talento melódico inmenso... Siguiendo con el Oscar Peterson Centennial Concert donostiarra, cabe decir que el trío oficiante logró lo que pocos tributos alcanzan. Por un lado, devolver al presente al homenajeado sin mimetizarlo del todo; y por otro, acercarse a revitalizar su espíritu sin aprisionarlo en el pasado. Desde el primer acorde quedó claro que no se trataba de una recreación literal del sonido Peterson, sino de una conversación intergeneracional con él. Por pasos, Fortner, el más joven de los tres y, por ello, pianista de sensibilidad muy contemporánea, aunque con raíces hondas en la tradición, eligió no mimetizar el inconfundible torrente técnico de Peterson optando, en cambio, por ofrecernos una lectura más personal, a momentos lírica, a momentos más explosiva, con el fin de equilibrar, a partes iguales, reverencia y riesgo hacia el maestro. En ejemplos como Wheatland o Hymn to Freedom, el pianista afroamericano rehuyó lo obvio, jugando con los espacios, y añadiendo al recuerdo del homenajeado pinceladas clásicas al estilo los grandes impresionistas de entre siglos. Por su parte, John Clayton, antiguo partenaire del propio Peterson, fue algo así como el anclaje emocional del trío, exhibiendo su sonido cálido y un fraseo elegante que aportaron la gravedad y el ritmo necesarios, pero sin caer en la solemnidad. Nos deleitó con solos espléndidos como el de Night Train, una auténtica lección de profundidad musical sin excesos expresivos; vamos, pura economía de medios. Jeff Hamilton, el tercero en discordia, blanco, y otro veterano del universo Peterson, brilló con una batería precisa, saltarina y sutilmente exuberante cuando fue menester. Su sinergia cómplice con Fortner demostró que, cuando dos músicos se escuchan y se respetan, el trabajo común resultante puede alcanzar, como fue el caso, momentos absolutamente impagables. El repertorio, escogido con mimo para la ocasión, presentó tanto estándares clásicos como composiciones emblemáticas del propio Peterson, evitando el combo en sus interpretaciones cualquier zona de confort y trabajando con frescura cada arreglo sin caer en pleitesía superflua. Hermoso espectáculo retrospectivo, en definitiva, el mejor recordatorio posible sobre el gran Oscar Peterson, pianista prodigioso y gran innovador del género.

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