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CRÓNICA POLÍTICA

Dios salve a España (y a Europa) de un Salvini

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Dado que “cualquier situación grave es susceptible de empeorar”, según advirtió Eugeni d’Ors, los inhumanos fogonazos verbales de Matteo Salvini, vicepresidente y ministro del Interior italiano, alivian a los españoles de la deriva hacia Vox del discurso del Partido Popular y de Ciudadanos. “A los inmigrantes del Open Arms pueden desembarcarlos en Ibiza o Formentera, para que se diviertan”, propuso Salvini en esta crisis.

Es difícil encontrar otra frase más cruel pronunciada por un político en los últimos tiempos. Es tan desmesurada, que “blanquea” lo de sustituir “violencia machista” por “violencia intradoméstica”, como Vox propone y sus socios incomprensiblemente aceptan. Salvini quiere ser Donald Trump y cerca está de conseguirlo en Italia. Pero apunta a Europa donde ya tiene competidores para el puesto: los líderes húngaro y polaco. Por eso desafía a Bruselas e ignora deliberadamente que seis países alcanzaron un acuerdo para el “reparto” (tremendo concepto el de reparto cuando se refiere a seres humanos) de los rescatados por el barco español. Italia se le queda pequeña y por eso quiere liderar una Europa populista, discriminatoria y xenófoba.

Su escuela ha sido la Liga Norte, es decir el independentismo de la Italia desarrollada que siempre despreció al Mezzogiorno, la Italia del sur más atrasada y controlada por distintas mafias regionales. Pero su aparición hubiera sido imposible, como personaje político depredador de conceptos democráticos, sin la antesala de diez años de Silvio Berlusconi en el poder. En el poder de la política como primer ministro y en el del sistema de medios de comunicación de su propiedad. Para algunos intelectuales italianos, la difusión diaria de la banalidad acabó debilitando los valores democráticos de la ciudadanía, además de la exageración de los informativos magnificando el problema, real sin duda, de la intensa llegada de refugiados. Todo ello creó el caldo de cultivo para el surgimiento de un personaje político como Matteo Salvini. Tuvo una ayuda complementaria de alto valor: las técnicas de Steve Bannon, el influyente asesor de la campaña electoral de Donald Trump y después de Bolsonaro en Brasil, que vio en Salvini a su discípulo europeo aventajado. Instalado en Roma, más que en Bruselas, y aliado con los sectores más retrógrados del Vaticano –los que fustigan al Papa Francisco–, Bannon hizo de Salvini su criatura experimental predilecta. Y lo lanzó a escena.

Ahí lo tienen, a punto de convertirse en primer ministro si se convocan unas elecciones adelantadas que él reclama y sus opositores dilatan. Sus intervenciones diarias, irrespetuosas con el sufrimiento humano representado en los náufragos del Open Arms, han estremecido conciencias y despreciado valores democráticos. Ha jugado muy fuerte porque manteniendo su veto al desembarco después de que su gobierno se dividiera dramáticamente, Bruselas reclamara el atraque y seis países aceptaran su acogida (España, Portugal, Francia, Alemania, Rumanía y Luxemburgo), cualquier incidente irreparable, como la muerte de algún emigrante a bordo, donde la situación se hizo extremadamente insoportable, lo golpearía directamente. No se sabe si su sensibilidad da para sentirse culpable en ese caso, o en los que ya sucedieron; o en los que vendrán. Pero no hay duda de que su extrema radicalidad depreda los principios básicos mínimos de comportamiento en política.

Evitar a un Salvini en España, y en Europa, debería ser objetivo fundamental para preservar el sistema democrático. A esa tarea quedan convocados no solo los responsables políticos sino también los medios de comunicación. Especialmente los que exageran la llegada de inmigrantes y ocultan que la entrada irregular ha descendido casi un cuarenta por ciento en lo que va de año, gracias, desde luego, a la colaboración de Marruecos. Así se prepara la alfombra para personajes de ese talante, nocivos para la convivencia. Mucha atención.

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