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La violencia en los estadios de fútbol es noticia un día sí y otro también, desde ultras que insultan a propios y extraños con todo tipo de improperios que van desde el machismo a la xenofobia, pasando por el lanzamiento de objetos y destrucción de mobiliario de los campos y sus alrededores hasta la muerte del aficionado del Deportivo, asesinado en una riña entre ultras en Madrid en 2014. La exasperación social que rodea y alienta este deporte conduce a grupos de jóvenes y no tan jóvenes a utilizar el fútbol como pretexto para sus desmanes. Las tribus de ultras se citan para atacarse como animales o merodean para tender emboscadas a los seguidores rivales. “Eres un maricón, Cristiano Ronaldo”, “sí, pero forrado de pasta, cabrón”. Este tipo de diálogos de besugos resume la elegancia de unos y la ostentosa finalidad del deporte para otros. Pese a que algunos clubes han llevado a cabo campañas para alejar de los estadios a estos violentos, otros consienten su presencia con la excusa de la animación. Y a estos bárbaros comportamientos se suman cada fin de semana las mil y una disputas por errores arbitrales, rifirrafes entre jugadores y cizañas mediáticas varias. Con la suma de todo ello, el panorama del mundo del balompié no resulta precisamente ejemplar. Pero si tristes y repudiables son estos comportamientos en los diferentes ámbitos del fútbol profesional, las agresiones en el deporte base son ya la gota de un vaso que no deberíamos permitir que se colmara. Que un jugador juvenil del partido entre la Escola Noguera y el Cervera B propinara el sábado un puñetazo al colegiado que obligó a evacuarlo al hospital en ambulancia por fractura del tabique nasal es intolerable. La Federación Catalana inició en 2015 una campaña de sensibilización para erradicar los insultos y la violencia del fútbol base. Pero hasta que las medidas no afecten de igual modo a los padres, a los entrenadores, a los clubes y por supuesto a los jugadores, será muy difícil avanzar en la buena dirección. Las denuncias y las sanciones ante este y otros casos similares deben ser ejemplares por mucho que al Cervera le duela castigar a un deportista que, al parecer y según el club, había tenido hasta el momento un buen comportamiento. Y es positivo que el club haya pedido perdón al árbitro, pero los actos de contricción no son suficientes si no van acompañados de drásticos cambios teóricos y prácticos de qué es el deporte y cuál es su finalidad.

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