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Han pasado tres años del 1-O, la fecha simbólica en que algo más de dos millones de catalanes votó a favor de la independencia como culminación de un proceso no negociado, y la gran mayoría de la población se quedó atónita ante la virulencia de la represión por parte de las fuerzas de seguridad, que acaparó portadas internacionales; y seguimos dónde estábamos: no ha habido ningún paso significativo para resolver el problema de fondo, ni tampoco ninguna propuesta que genere consenso. La brecha sigue abierta y profundizada porque hay dirigentes del procés que cumplen prisión o han huido, otros siguen pendientes de juicio, y tanto las posturas como las palabras se han enconado todavía más con descalificaciones desde las dos partes de supuestos golpes de Estado, sin que las propuestas de mesas de diálogo hayan avanzado un ápice en estos tres años, pese a que es justo reconocer que ha habido gestos y esfuerzos por las dos partes, no siempre bien explicados y en la mayoría de los casos mal interpretados. Para complicar aún más la situación, el presidente de la Generalitat elegido por el Parlament y que proclamó su carácter vicario desde el primer momento ha sido inhabilitado por colocar una pancarta, negarse a retirarla primero y acabar haciéndolo después, gesto que para unos era solidaridad con los presos y para otros una desobediencia a los jueces, abocando al país a una situación de provisionalidad que a nadie beneficia, pese a que el mismo President había considerado agotada la legislatura. Tres años después, estamos con un vicepresident interino y un gobierno en funciones con competencias limitadas, incluso para gestionar el problema sobrevenido de la pandemia del coronavirus, sin duda el más grave que está asolando el mundo desde la última guerra, y que exigiría esfuerzos coordinados y que todos remáramos en la misma dirección. Pero lo más grave es que la sociedad sigue profundamente dividida, con una parte más convencida que nunca de que la única salida es la independencia y que habrá que volverlo a intentar, aunque haya diferencias sobre el camino a seguir y los apoyos necesarios, y otra parte que sigue defendiendo la vinculación con España, pero que tampoco coincide en lo estrechas que han de ser estas relaciones, que pueden ir desde la monolítica unidad al federalismo. Los ciudadanos tendremos la palabra en unas elecciones, pero hará falta algo más si se repite el escenario actual.

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