Dios tiene una salud espectacular
Nietzsche mató a Dios, pero 150 años después la salud de Dios es espectacular. La Catedral de Lleida vivió ayer con emoción la primera ordenación episcopal en 57 años, quizás por esta razón. Se dirá que una cosa es Dios y otra el catolicismo, y es verdad. Antoni Gelonch distinguía el pasado miércoles, en su artículo semanal en este diario, tres fases en el cristianismo: la activa, la zombi y la cero. Ahora estamos, decía, entre la zombi y la cero. Cristianismo zombi, a diferencia del cero, es el que no va a misa pero bautiza a los niños y rechaza la incineración. En el mundo protestante, el neoliberalismo se encuentra en la fase cero y ha perdido valores como la moralidad social vinculante. En el mundo católico también, pero no tanto. El artículo de Gelonch es muy lúcido y, por tanto, muy pesimista, pero se puede profundizar en la religión contemporánea desde otra perspectiva. Es difícil razonarla porque no es una razón: es una decisión. Los empiristas son hormigas que amontonan hechos sin sacar conclusiones. Los racionalistas son arañas que crean telas admirables que se lleva el viento. La fe es una abeja. El agnosticismo se cura con los años. Seguro que Platón y Aristóteles se convirtieron después de muertos. El cristianismo es una causa siempre perdida y eso motiva más a las personas nobles que la promesa de la victoria final. El obispo Salvador Giménez es una persona noble que en los diez años que ha estado en Lleida ha sabido llegar a las personas que han decidido tener fe, que son más, muchísimas más que las que van a misa cada domingo, y quizás no han bautizado a sus hijos ni rechazan la incineración. Para estas personas Dios tiene una salud espectacular. Solo hay un camino para llegar a ellas, y es el que indica la bondad. Salvador Giménez es un hombre bueno al que deseamos toda la suerte del mundo ahora que, por primera vez desde que ingresó de niño en el seminario, se va a vivir solo en la casa en la que vivieron sus padres en València. En él tiene un gran ejemplo a seguir Daniel Palau, el flamante nuevo obispo de sonrisa franca e impresionante currículum que protagonizó ayer la ordenación. La anterior, en 1968, fue la de Ramon Malla, quien dejó el obispado cuando comenzaba un conflicto del arte que atormentó a sus sucesores Ciuraneta, Salinas y Piris. El primero se dejó la salud en el pleito, el segundo vino a hacer lo que le dijeron que tenía que hacer y el tercero llevó como pudo la agonía del conflicto en la vía canónica. Giménez ha podido lucir bondad ya liberado de ese pleito eternamente desesperante (pocas cosas desaniman más que luchar en un tema en el que la sentencia se ha dictado de antemano, sea en la jurisdicción canónica o en la civil), al que el obispo Piris puso el lazo definitivo con una frase genial que no olvidaremos mientras vivamos: “N’estic més fart [del litigio del arte] que Mahoma de la cansalà”.