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Representa que todo ocurre de noche cuando Joaquín Sabina vuelve a su casa. Tres jóvenes le atracan con un pincho de cocina en la garganta y le roban todo, pero se dan cuenta de que es el cantante y le invitan a ir juntos de farra a una barra americana. Los atracadores controlaban a tres fulanas, pero a mí me reservaban los encantos de Maruja la cachonda”. Se acaba la farra y los delincuentes piden al cantante que les dedique una canción, cosa que hace cuando ve en el diario que han atracado el chalet de un millonario y fuera les espera mucha, mucha, policía; mucha, mucha, policía. Todos amamos a Sabina, pero en esta canción, Pacto entre caballeros, comparte una narrativa acrítica de la prostitución que era muy común en los años ochenta y que también vemos en el Almodóvar de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, o en el de las muy posteriores Todo sobre mi madre y Volver. El debate sobre la necesidad de regular o abolir la prostitución se confundió en España con la reivindicación de la libertad sexual durante la Transición, y eso llevó a la progresía a justificar una de las más vergonzosas caras de la sociedad machista y patriarcal con el argumento falaz de la libertad individual de las víctimas, una falacia que podría llevar a razonar cosas tan disparatadas como que somos libres de ser pobres o de ser explotados laboral o sexualmente. El estatus de víctima no es ni puede ser de libre elección. La falacia de la libertad es absurda como lo es el tópico de que la prostitución es inevitable porque se trata del oficio más viejo del mundo. No es el oficio más viejo del mundo; es la explotación más vieja del mundo. De todas las formas de discriminación de la historia de la humanidad, la que lleva más tiempo es el machismo, mucho más que el colonialismo o el racismo, y la expresión más vergonzante del machismo es la prostitución, de la que hoy informamos que ejercen 4.000 mujeres en Lleida. Ayer, con motivo de la celebración del Día Internacional contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños, la Paeria de Lleida anunció que prepara una normativa que castigará los comentarios vejatorios contra las mujeres en las calles. Es el camino correcto: la sanción con voluntad concienciadora, que ha dado grandes resultados en Suecia, el país que aprobó en 1999 la primera ley abolicionista de la prostitución en Europa. Siguió sus pasos en 2016 Francia, que castiga al cliente, al proxeneta y al que proporciona un lugar para el ejercicio de la prostitución, y antes habían hecho lo mismo Noruega (que sanciona también a los nacionales que hacen turismo sexual en el extranjero), Islandia e Irlanda del Norte. Pedro Sánchez prepara una legislación en esta línea y debe completarla, aunque no guste a su examigo Ábalos, quien, por cierto, se declara abolicionista. Sí, han leído bien: Ábalos se declara abolicionista. Parece un chiste pésimo, pero es una realidad infamante.

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