Del átomo a la molécula
E n una jornada matinal de domingo vibrante frente a uno de los grandes históricos del baloncesto estatal, el Joventut se impuso en un duelo reñido. Ambos llegaban al Olímpic de Badalona con tres victorias, y la cuarta cayó del lado badalonés gracias a un gran acierto en los triples durante el último cuarto.
Tras cinco jornadas, los números hablan: varios jugadores superan los diez puntos de valoración por partido. Contra el Barça fueron seis; frente al Granada, siete. Un patrón que se repite y que demuestra la riqueza del banquillo. Si miramos individualmente, Batemon es el más regular, mientras que otros compañeros se alternan en protagonismo, lo que nos convierte en un equipo impredecible y difícil de defender.
De los 20 cuartos que se han disputado hasta ahora, solo uno ~el último de ayer– no superó los 15 puntos. El poder ofensivo individual parece evidente, pero ¿será suficiente en el largo plazo? Contamos con una plantilla experimentada, con buenas individualidades, con inteligencia y con determinación para resolver partidos. Sin embargo, el verdadero salto de calidad final llegará cuando el talento individual se transforme en juego colectivo. Cuando pasemos de ser átomos, a formar una molécula. En esta competición existen varios ejemplos; las moléculas más determinantes son las formadas entre un base-pívot que hacen que el juego se convierta en coral, seguro y más temido.
Si logramos esta conexión y conseguimos unir el talento, la integración del resto de las piezas se convierte en algo más sencillo. Espectáculo, efectividad, eficiencia, valoración y respeto del rival, no es fácil conseguirlo, pero está al alcance de este equipo, tan solo nos resta pasar de átomos a moléculas.