La microbiota intestinal, un 'segundo cerebro' que cuida de nuestra salud mental
Investigaciones revelan cómo los microorganismos del intestino influyen en el cerebro y abren prometedoras vías terapéuticas para tratar trastornos como la depresión

Un investigador en un laboratorio.
La conexión entre la microbiota intestinal y nuestro bienestar mental se consolida como uno de los campos más prometedores de la investigación médica actual. En 2016, un revelador experimento realizado por científicos canadienses demostró que al trasplantar la microbiota intestinal de personas deprimidas a ratones de laboratorio, estos animales desarrollaban síntomas depresivos, evidenciando la capacidad de estos microorganismos para influir directamente en el funcionamiento cerebral. Este hallazgo abre nuevas perspectivas sobre la interacción entre nuestro intestino y nuestro cerebro, según explica Ignacio López-Goñi, catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra.
Aunque la posibilidad de tratar la depresión mediante trasplantes de microbiota en humanos sigue siendo una promesa futura más que una realidad terapéutica presente, los avances científicos en este campo no dejan de sorprender. López-Goñi, autor del libro 'Microbiota y salud mental' y del reconocido blog microBIO, aclara que nuestra flora intestinal comprende no solo bacterias, sino también virus, hongos, levaduras y organismos eucariotas que colonizan diversas partes del cuerpo humano como el intestino, la piel, la boca o la vagina, formando un ecosistema crucial para nuestra salud.
"La inmensa mayoría de ellos son unos buenos tipos, no son patógenos. Siempre pensamos en los microbios como en gérmenes, asociados a la suciedad o la enfermedad, pero en este caso, no", asegura el experto, desmontando uno de los mitos más extendidos sobre estos microorganismos que nos acompañan desde el nacimiento hasta la muerte, y que juegan un papel fundamental en nuestro bienestar general.
El equilibrio entre humanos y bacterias
La concepción tradicional sostenía que nuestro cuerpo albergaba entre uno y dos kilogramos de microorganismos, aunque investigaciones recientes han ajustado esta cifra a unos 200 o 300 gramos. Sin embargo, lo verdaderamente sorprendente es la proporción numérica: "Por cada célula humana, tienes un microorganismo. Podríamos decir que somos mitad humanos, mitad bacterias", explica López-Goñi, subrayando la interdependencia entre nuestro organismo y estos diminutos inquilinos.
Esta estrecha relación plantea una cuestión fundamental: ¿cómo debemos alimentar a nuestra microbiota para mantenerla sana? El catedrático no tiene dudas al respecto. Las investigaciones comparativas entre diferentes patrones alimentarios han demostrado que la microbiota más numerosa y diversa se encuentra en personas que siguen una dieta mediterránea, caracterizada por su riqueza en vegetales, frutas, frutos secos, aceite de oliva, probióticos, pescado y carne blanca.
Por el contrario, ciertos hábitos y sustancias pueden dañar seriamente este ecosistema microbiano. Entre los principales enemigos destacan el alcohol, que altera la composición bacteriana intestinal, y el tabaco, que afecta especialmente a la microbiota oral, reduciendo su diversidad y favoreciendo el establecimiento de microorganismos potencialmente perjudiciales.
El eje intestino-cerebro: una comunicación bidireccional
Uno de los aspectos más fascinantes de la investigación actual sobre la microbiota es su influencia directa en nuestra salud mental y neurológica. López-Goñi confirma que existe una creciente evidencia científica que relaciona alteraciones en la composición de la microbiota con trastornos como la depresión, el párkinson, el alzheimer o condiciones del espectro autista.
"El mayor problema es que no sabemos si es causa o efecto, si son esas enfermedades las que causan las alteraciones en la microbiota o al revés", puntualiza el experto, señalando uno de los principales desafíos que enfrenta la investigación en este campo. No obstante, lo que está claramente establecido es la existencia de una comunicación bidireccional entre nuestro intestino y nuestro cerebro.
Esta conexión se materializa, entre otros mecanismos, a través del nervio vago, una importante vía neural que conecta directamente el cerebro con el intestino. Además, resulta sorprendente saber que más del 90% de la serotonina producida en nuestro organismo se genera a nivel intestinal, con la participación activa de las bacterias que habitan en nuestro sistema digestivo. Estas mismas bacterias también producen otros neurotransmisores clave como la noradrenalina, moléculas fundamentales en la regulación del estado de ánimo.
"Por eso tenemos esas sensaciones a veces cuando estamos estresados, que se nos pueden mover las tripas o a veces cuando estamos con problemas digestivos podemos estar de mal humor", explica López-Goñi, ilustrando de manera cotidiana esta compleja interacción fisiológica.
Bacterioterapia: trasplantes fecales como tratamiento médico
Una de las aplicaciones terapéuticas más prometedoras derivadas del conocimiento sobre la microbiota es lo que técnicamente se conoce como trasplante fecal, aunque López-Goñi prefiere utilizar el término "bacterioterapia" por su connotación menos escatológica y más científica. Esta técnica consiste esencialmente en utilizar bacterias intestinales de personas sanas para repoblar el intestino de pacientes con determinadas patologías.
Actualmente, el trasplante de microbiota intestinal está oficialmente autorizado y se utiliza de forma rutinaria solo para el tratamiento de infecciones causadas por la bacteria Clostridioides difficile, un patógeno que puede provocar diarreas graves y potencialmente mortales, especialmente tras tratamientos prolongados con antibióticos. Los excelentes resultados obtenidos en este ámbito han motivado su aplicación experimental en otras condiciones como la obesidad, la depresión o el autismo.
Sin embargo, el catedrático advierte que "no podemos decir que en este momento el trasplante de microbiota intestinal vaya a curarnos de alguna otra enfermedad" distinta a la infección por C. difficile, ya que los resultados de estos ensayos, aunque prometedores en algunos casos, aún no son concluyentes. No obstante, se muestra optimista respecto al futuro: "Muy probablemente en el futuro haya trasplantes sintéticos en los que tengamos un cóctel de bacterias muy determinadas que hayamos aislado probablemente del intestino de personas sanas que mejore la calidad de vida de algunas personas".
¿Qué es la microbiota y por qué es importante?
La microbiota, conocida popularmente como flora intestinal, constituye un complejo ecosistema de microorganismos que conviven en simbiosis con nuestro cuerpo. Aunque su presencia es más conocida en el intestino, también coloniza otras zonas como la piel, la boca y el sistema genitourinario, adaptándose a las condiciones específicas de cada ambiente corporal.
Este conjunto de microorganismos desempeña funciones esenciales para nuestra salud, como la digestión de alimentos que nuestro cuerpo no puede procesar por sí mismo, la producción de vitaminas (especialmente del grupo B y K), la maduración y regulación del sistema inmunitario y, como se ha descubierto más recientemente, la síntesis de neurotransmisores que influyen en nuestro estado de ánimo y funciones cognitivas.
La composición de la microbiota es única para cada individuo, comparable a una huella dactilar microbiana, y se ve influenciada por factores como la genética, el tipo de parto, la alimentación durante la infancia, el entorno y, muy especialmente, por la dieta y el estilo de vida en la edad adulta.
¿Cómo podemos cuidar nuestra microbiota intestinal?
Mantener una microbiota intestinal saludable y equilibrada es fundamental para nuestro bienestar general. Los expertos recomiendan varias estrategias para favorecer un ecosistema microbiano óptimo:
1. Seguir una dieta variada y rica en fibra, presente en frutas, verduras, legumbres y cereales integrales, que sirve como alimento para las bacterias beneficiosas.
2. Consumir regularmente alimentos fermentados como yogur, kéfir, chucrut o kimchi, que aportan probióticos vivos directamente a nuestro sistema digestivo.
3. Limitar el consumo de alimentos ultraprocesados, azúcares refinados y grasas saturadas, que favorecen el crecimiento de bacterias potencialmente perjudiciales.
4. Utilizar antibióticos solo cuando sea estrictamente necesario y siempre bajo prescripción médica, ya que estos medicamentos, aunque salvan vidas, también eliminan bacterias beneficiosas junto con las patógenas.
5. Practicar actividad física regular, que se ha asociado con una mayor diversidad de la microbiota intestinal.
6. Gestionar adecuadamente el estrés mediante técnicas de relajación, meditación o mindfulness, ya que los estados de estrés crónico pueden alterar negativamente la composición bacteriana intestinal.
¿Puede la microbiota influir en el desarrollo de enfermedades mentales?
La relación entre la composición de la microbiota intestinal y diversas condiciones psiquiátricas y neurológicas constituye uno de los campos más apasionantes de la investigación biomédica actual. Múltiples estudios han encontrado correlaciones significativas entre alteraciones específicas en las poblaciones bacterianas intestinales y trastornos como la depresión, la ansiedad, el trastorno bipolar e incluso la esquizofrenia.
En el caso concreto de la depresión, diversas investigaciones han identificado patrones característicos en la microbiota de pacientes afectados por este trastorno, con una menor diversidad bacteriana y alteraciones en grupos específicos de microorganismos, particularmente en los géneros Firmicutes, Actinobacteria y Bacteroidetes. Estas alteraciones podrían contribuir a la inflamación crónica de bajo grado y a desequilibrios en la producción de neurotransmisores que se observan frecuentemente en pacientes depresivos.
Sin embargo, como señala López-Goñi, aún no está completamente claro si estas alteraciones son causa o consecuencia de la enfermedad, lo que dificulta el desarrollo de terapias específicas basadas en la manipulación de la microbiota. No obstante, el creciente corpus de evidencia científica en este campo sugiere que, en un futuro próximo, los tratamientos dirigidos a modular la composición bacteriana intestinal podrían convertirse en un valioso complemento para los abordajes terapéuticos convencionales en salud mental.