Un horno centenario de Ivars d'Urgell cambia de manos sin perder su esencia
Ramon Solé y Núria Isan, tercera generación al frente del Forn Cal Gil, se jubilan tras más de medio siglo como panaderos. La familia Llurba, de Bellcaire, recoge ahora el testigo

Las familias Solé y Llurba, juntas para mantener viva la tradición del pan artesano. - J.GÓMEZ
Un horno centenario en Ivars d’Urgell cierra un capítulo y abre otro. Ramon Solé y Núria Isan, pareja en la vida y en el oficio, han sido durante décadas el alma de Forn Cal Gil y ahora, cuando han llegado a su jubilación, pasan el testigo a otros profesionales del sector, la familia Llurba, que mantendrá vivo su legado. “Soy la tercera generación. El horno lo empezó mi abuelo Gil, que venía de Torà. Fue él quien inició este camino a finales del siglo XIX”, explica Ramon. En 1928 se construyó la casa que alberga actualmente el horno, y desde entonces, la masa no ha dejado de levar. Ramon recuerda que no quería ser panadero. “A mí me gustaban las fiestas”, confiesa con una sonrisa. Pero todo cambió cuando conoció a Núria. “Con ella encontré a mi media naranja empecé a disfrutar del horno”. Núria Isan describe una vida compartida entre harina, horno y tienda. “Hemos hecho cocas, pan y monas pero al final, lo que nos ha mantenido ha sido la pasión y el trabajo en equipo”. Han sido más de cincuenta años de dedicación, cinco de ellos en jubilación activa, un modelo que Ramon recomienda. “No puedes jubilarte de golpe, hay que hacer el camino poco a poco”, explica.
El Forn Cal Gil ha vivido la evolución del oficio: de la cocción con fuego vivo a la llegada de los hornos modernos. Pero la pareja defiende una idea clara: “El pan es una materia viva. No puede salir en diez minutos. Cuando ves un pan que siempre es igual, desconfía”. Ramon reivindica la calidad frente a la rapidez: “No podemos competir en precios, solo en calidad. Y eso requiere amor por el oficio”.
Uno de los tesoros del horno han sido las cocas. “Hemos vivido más de las cocas que del pan”, comentan. Especialmente las de recapte y las tradicionales de fiesta mayor. Ahora, ya jubilados completamente, miran atrás con satisfacción. “Los nuevos, la familia Llurba, son buena gente y lo hacen muy bien. Hemos tenido suerte de que no se haya cerrado”.
Ramon Llurba y su hijo Adam, de Bellcaire y la Fuliola, han cogido el timón del horno con el convencimiento de que los pueblos no pueden perder los oficios. “Ya llevábamos pan a Ivars desde hace tiempo, y cuando vimos que se podía cerrar, nos lanzamos”, explica Ramon Llurba, panadero de toda la vida y heredero de una saga de pasteleros que se remonta a su abuelo. Su hijo Adam comparte esa visión, pero también suma su formación y experiencia: “Entré en el negocio familiar en 2007, después de formarme durante cuatro años en Barcelona. Siempre lo he vivido en casa y creo que es un oficio que hoy en día hay que valorar mucho”. Desde entonces, el negocio ha ido creciendo con aperturas en Balaguer, Bellcaire, y ahora en Ivars.
El pan que elaboran sigue principios artesanos claros: materias primas naturales, fermentaciones lentas y sin aditivos. “Hoy en día se hace pan muy rápido y eso afecta a la digestión. El nuestro puede durar dos o tres días perfectamente sin estropearse. Y los mayores, que tienen el paladar de toda la vida, lo saben bien: como el pan artesano, no hay nada”, afirma con convicción.