El recuerdo amargo de la peste porcina del 2001 vuelve a cernir sobre ganaderos de Osona y Lleida con la crisis actual

Joan Graells, ganadero de porcino de Guarda-si-venes, en Guissona
Lluís Villa, ganadero de Osona, recuerda con nitidez el impacto de la peste porcina clásica a finales del 2001, cuando la enfermedad reventó en una comarca con casi un millón de cerdos. El primer foco se declaró en una granja de Calldetenes, a sólo 500 metros de su explotación, hecho que comportó el sacrificio de 200 cerdas. “lo vivimos con mucha preocupación”, rememora Eudald Sentmartí, entonces responsable del porcino de Unió de Pagesos en Osona, una angustia que, asegura, vuelve a cernir ahora con la crisis de peste porcina africana.
Vila explica que los sacrificios coincidieron con una gran nevada y que las medidas aplicadas fueron “drásticas”, con la eliminación de todos los animales en un radio de un kilómetro del foco. Los primeros días fueron especialmente duros: los cerdos eran abatidos con rifles y enterrados en las mismas granjas, con fosas cubiertas de sosa cáustica. “Recuerdo los gritos de las cerdas y la luz encendida toda la noche, no se detenía nunca”, relata. Más adelante, la administración envió camiones especializados desde Holanda que permitieron un sistema de sacrificio más controlado y menos traumático.
En la Segarra, Joan Graells también sufrió de lleno las consecuencias del brote. En su granja de Guarda-si-venes tuvo que sacrificar 500 cerdos aunque estaban sanos, sólo por la proximidad con una explotación infectada. “fue una pena y un espectáculo muy duro, viendo cómo mataban animales que no tenían el virus”, asegura. Graells advierte que si hoy se tuviera que repetir una situación similar “necesitaríamos tratamiento psicológico”, aunque se muestra confiado que, con las medidas actuales, es muy difícil que el virus entre en las granjas.
Más allá de los sacrificios, uno de los grandes problemas fue la inmovilización del ganado. “No sabíamos dónde poner los cerdos”, explica Sentmartí. Les zonas de vigilancia impedían sacar animales en un radio de hasta 10 kilómetros, hecho que provocó un colapso a muchas explotaciones. En Osona se llegaron a declarar una veintena de brotes en municipios como Vic, Manlleu o Taradell, y en poco más de medio año se sacrificaron obligatoriamente unos 222.000 cerdos de cerca de 250 granjas, con un impacto económico de millones de euros.
La crisis acabó desencallándose gracias a los renombres “medidas de mercado” impulsados desde Europa, que permitieron comprar y eliminar cerdos para aliviar la presión en las granjas. A pesar de las pérdidas, el sector salió con protocolos de bioseguridad mucho más estrictos, como vallas perimetrales y controles de acceso. Hoy, ante la amenaza de la peste porcina africana, ganaderos como Vila, Sentmartí y Graells admiten que el riesgo sanitario es el principal peligro, pero valoran que la administración “ha actuado rápido y con contundencia” para evitar repetir una crisis como la del 2001.