En el filo de la normalidad excepcional

Año tras año, la Sala de Plenos del Tribunal Supremo, que es una de las estancias más nobles del antiguo convento de las Salesas Reales en el que se aloja la cúspide judicial española, ha sido reservada por las altas instancias para albergar sus mayores fastos. Cada septiembre, el rey ha ocupado el puesto principal de su estrado para presidir la inauguración del curso judicial. Y será precisamente frente a esta misma tribuna en la que se acomoda el jefe del Estado ante la que se sentarán los doce líderes independentistas acusados de “derogar la Constitución” y “declarar la independencia de una parte del territorio” empleando la “violencia” y “malversando fondos”. Las formas, que en el mundo judicial pueden pesar más que el contenido, y sino que se lo recuerden al magistrado Llarena, que vio como Bélgica no entraba a examinar el fondo de sus euroordenes contra Toni Comín, Meritxell Serret y Lluís Puig por un defecto formal, denotan que este proceso no es uno más. Ciertamente, este lugar va a ser testimonio mudo del que ha sido calificado como el juicio más importante desde 1975. Y es que es la segunda vez que un reo se va a enfrentar cargos por rebelión en España desde la muerte del dictador Francisco Franco. Hasta ahora, solamente el golpe de Estado de 1981 había merecido tal acusación. A diestra y siniestra de los magistrados que lidiarán con esta prueba de fuego para España, las defensas, y los acusadores, Fiscalía,Abogacía del Estado y Vox. El público, dispuesto a espaldas de los acusados, también hará patente que nada de lo que ocurre entre aquellas cuatro paredes es normal. El president Torra y el vicepresident Aragonès ya han avanzado que presenciarán algunas de las maratonianas sesiones de ocho horas. También dos o tres familiares podrán asistir cada día en primera persona a las vistas. Incluso la excepcionalidad del momento ha obligado a un lavado de cara de la propia Sala de Plenos que, so el pretexto de una “restauración”, ya no luce la talla del Crucificado que colgó de una de sus paredes enteladas desde los albores del franquismo hasta el pasado diciembre. El Supremo, poco acostumbrado a faenar como primera instancia, también se ha visto obligado a elaborar un plan de seguridad que prive al mundo de contemplar fotogramas adicionales a los de la señal de televisión ofrecida por el propio tribunal. Asimismo, para los recesos, se ha habilitado una sala en la que puedan estar los nueve enjuiciados presos. Pero, pese a los lujos del Supremo, el edificio no cuenta con calabozos. Todo apunta a que serán llevados a la Audiencia Nacional para comer. También llegarán allí cada día desde Alcalá-Meco y Soto del Real, y desde allí partirán al presidio al caer la noche. La presencia del catalán también hará del proceso una rara avis. Los letrados de los acusados aún no han decidido si usarán la lengua catalana ni cuándo, aunque la ley les da derecho a ello. Otra incógnita es si el tribunal optará por la traducción simultánea o la posterior, que podría dificultar las declaraciones. Todo preparado para que el juicio arranque el día 12, con gran expectación.