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Busto de Aristóteles.

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Cada mañana cuando nos levantamos podemos elegir entre dos opciones y solo dos: hoy puede ser un gran día o esto es un desastre y este mundo no tiene sentido. Cada día podemos optar por o bien querer mejorar, aportar, construir, aprender y ayudar, o bien elegir destruir, vegetar, pulular, quejarnos, autodestruirnos y destruir.

El sentido que le damos a nuestra vida, nuestra motivación, debería ser una elección personal, debemos elegir si queremos un sentido trascendente o queremos simplemente pasar por ahí. O elegimos nosotros el sentido de nuestra vida o dejando ese vacío, por pereza, permitiremos que otros lo rellenen.

El médico psiquiatra, judío vienés y superviviente de varios campos de exterminio nazi, Dr. Viktor Frankl, lo explica perfectamente. Considera que el vacío existencial es la neurosis colectiva de nuestro tiempo y describe ese vacío existencial como “una forma privada y personal de nihilismo, y el nihilismo se define por la radical afirmación de la carencia de sentido del hombre”.

Los humanos no podemos vivir sin saber por qué estamos aquí, sin tener un objetivo, sin tener una misión. En el fondo todos estamos desconcertados, no hemos elegido ni a nuestro padre, ni a nuestra madre, ni a nuestros hermanos, ni a nuestros hijos, ni nuestra ciudad, ni nuestro país. Necesitamos un porqué. Una respuesta a este porqué que debemos ir construyendo y renovando a lo largo de nuestra vida. Que, por cierto, es finita. Nacemos y nos morimos. Recogemos el testigo de las generaciones que nos preceden y se lo entregamos a los que nos suceden, si existen, porque ahora nos sucederán muchos menos.

Aristóteles, al igual que otros sabios de la antigüedad, ya enseñaba que “el hombre más poderoso es aquel que es totalmente dueño de sí mismo”.

Seguro que una inmensa mayoría estamos de acuerdo con que lo importante es nuestra familia y nuestra comunidad, que lo importante es vivir en paz, con nosotros mismos, con nuestra familia y con nuestros conciudadanos, y ayudarnos unos a otros a superar las múltiples dificultades y a alcanzar los grandes retos que afrontamos cada día. Tenemos una visión trascendente, no la regalemos a aquellos que nos propongan credos como la raza, la nación, el poder, el dinero o el hedonismo.

Nadie, persona, familia, empresa, sociedad, que se cierra sobre sí mismo, y piensa que todo el mundo está en contra suya, mejora ni es feliz, al contrario, se empobrece y amarga la vida. Iremos mucho mejor cuando recuperemos y renovemos la visión trascendente de nuestra existencia y abandonemos el nihilismo que nos rodea.

Busto de Aristóteles.

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