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Hoy a las diez de la mañana acaba el requerimiento del gobierno español para que el president Puigdemont rectifique sobre la declaración de independencia suspendida antes de que se active el artículo 155 de la Constitución. La última oferta es que no se activaría el mecanismo si el president Puigdemont convoca elecciones anticipadas, pero como no consta ningún cambio oficial, lo previsible es que hoy Rajoy ponga en marcha el 155 aunque a estas alturas no se sabe si se limitará a convocar desde Madrid las elecciones, asumir alguna gestión de la Generalitat o en caso extremo, poco probable de momento, suspender la autonomía. Sí que está anunciado que en caso de aplicar el 155, el president Puigdemont convocaría al Parlament para refrendar la declaración de independencia y queda en el aire la posibilidad de que a continuación convocara elecciones constituyentes. Es decir que en cualquiera de las dos hipótesis vamos a peor y afrontamos una ruptura del statu quo, precario pero aún vigente, porque en el primer caso se vulnera la autonomía catalana y en el segundo se quiebra la unidad española. Cualquiera de los dos pasos rompe las ya debilitadas posibilidades de diálogo porque representa la imposición de las tesis de quien las decide buscando la derrota de quienes defienden la postura antagónica y tiene consecuencias imprevisibles que a la mayoría de los ciudadanos se nos escapan, aunque podemos imaginar. Y llegados a este punto, y respetando todos los sentimientos, hay que preguntarse sobre los costes y las repercusiones que pueden tener las decisiones que unos y otros tomen: algunas en el aspecto económico las empezamos a ver y padecer, ya hemos tenido que lamentar represión y detenciones, pero desgraciadamente pueden llegar peores noticias y más brecha social. Y a quienes confían en Europa y su posible mediación solo hay que recordarles su actuación histórica y las últimas declaraciones de sus dirigentes. Sigue habiendo, porque siempre lo hay, tiempo para el diálogo, para negociar salidas, para que no haya humillaciones, ni derrotas que solo engendrarán más resentimiento, pero como parece imposible que nuestros gobernantes tengan esta altitud de miras, sería bueno que se abriera el proceso para que sean los ciudadanos los que opinen. No ha sido posible un referéndum pactado, pero sí pueden convocarse unas elecciones libres y transparentes. Con el nombre que quieran.

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