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Julia Samoilova, en una actuación.

Julia Samoilova, en una actuación.

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Despistados por la resaca del Barça-PSG, el no saber el nombre del sucesor de Luis Enrique, los 60 años del Tratado de Roma, las últimas bromas de Trump o ver a Susana Díaz resucitando a las momias del socialismo para que le den apoyo moral, nos está pasando desapercibido un conflicto que, si nadie lo remedia, puede llevar a Eurovisión –sí, al festival de Eurovisión–, a un punto sin retorno. El perfecto equilibrio geopolítico del certamen, que tan bien explicaba el añorado José Luis Uribarri, está a punto de estallar por los aires –y si solo es eso, todavía– por el conflicto que ha creado la organización negando la entrada a Ucrania, durante tres años además, a la representante de Rusia, Julia Samoilova y a su canción Flame is burning. Kiev ha estado tajante. No puede entrar en el país alguien que en el 2015 cantó en Crimea para los prorrusos. Putin ha montado en cólera y ha anunciado represalias de todo tipo y condición. Eurovisión tiembla porque el 13 de mayo está a la vuelta de la esquina. A lo mejor es bueno que se suspenda. Bueno para Manel Navarro, se entiende.

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