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Blas Cantó, en su actuación.

Blas Cantó, en su actuación.SEGRE

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Era de esperar y así ha sido. El sucedáneo Europe Shine a Light fue un estrepitoso fracaso con un 7,8 de audiencia, derrotado claramente por el Deluxe (18%) y por la película de Antena 3, La última fortaleza (11,4), esa en la que James Gandolfini se come en cada escena al mismísimo Robert Redford. Lo de Mediaset era de esperar porque, ahora mismo, no hay programa en este país capaz de derrotar al Deluxe, al Sálvame y a sus reality encadenados, pero lo de Atresmedia tiene su aquel. Y es que la fiesta eurovisiva low-cost ante la cancelación del festival que debía celebrarse este sábado en Rotterdam fue de nota. Básicamente ha servido para certificar una cosa ya sabida: la gala en si misma es lo de menos. Es idéntica un año tras otro. Casi tanto como las previas, en las que la canción española siempre es favorita tras los ensayos y luego no sale de los puestos de descenso sin hacer el más mínimo cosquilleo a las ganadoras. Y es que, en realidad, lo que hace irresistible a Eurovisión no son las canciones, sino las votaciones, y en la chapuza del fin de semana no las hubo.

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