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En este tórrido y humeante estío anda la prensa del corazón dividida acerca del último posado veraniego en bañador, claro está, de Ana Obregón. De hecho, existe una segunda polémica acerca de quién fue primero, si Ana o el verano. Dicho esto, previo suculento emolumento, la Obregón ha vuelto a exhibir a su hija-nieta en una revista de máxima tirada. De hecho, la niña, contraviniendo todos los derechos de la menor, ha ocupado tamaño honor tras su salida del hospital estadounidense donde nació, su llegada a España, su previa antes del bautizo, su posterior paso por las aguas bautismales y, a partir de ahí, los veranos que le han tocado en suerte. Después, el contenido del reportaje es vacío, más allá de cuatro trivialidades y lugares comunes. El tema está en el comportamiento de las celebrities ante exhibir o no a sus hijos. Si hay acuerdo económico previo, no hay problema y todo son risas y facilidades. Si no lo hay, y las fotos aparecen supuestamente robadas por los paparazzi de turno, entonces es un gravísimo delito por atentar contra la intimidad.

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