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Godot no llegará

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En la gran obra maestra de Samuel Beckett los protagonistas se pasan los días esperando a Godot. Pero él no aparece. Los protagonistas saben que Godot no vendrá, pero son incapaces de reconocer que tanto esfuerzo y tiempo perdido han sido malgastados en balde. Durante la obra de teatro, el espectador sufre con los personajes sabiendo que allí no vendrá nadie, que mejor les iría si se dejaran de engaños y afrontaran la realidad de una vez. Con el monotema separatista sucede algo parecido a lo que consiguió el premio Nobel, un éxito teatral.

Los agricultores no reciben las ayudas que Torra les prometió tras los incendios, las universidades han avisado de sus asfixias económicas y el paro sigue aumentando. Eso es lo que tiene depender de un gobierno cuya prioridad es aislarse y que desde hace años nos gobierna con un improductivo más de lo mismo.

A todo esto, la próxima semana celebramos una nueva Diada. Ya saben que hace años que el nacionalismo vaticina que será la última antes de la independencia, aunque esta vez ya es tan obvio que Godot no viene que han comedido las grandilocuencias. Se venderán las camisetas de la temporada, algunos aprovecharán para comer en el puerto, vigilando bien que no les roben la cartera o les arranquen el reloj, y luego el selfie aparentando convencimiento para la posteridad, luciendo un reluciente casco de plástico amarillo. Tras ese día, a seguir como en la obra de

Beckett

, esperando una promesa de ficción que fabula con la llegada de lo que es evidente que no llegará. Esa es la gracia de la inquietante relación entre los personajes de la obra, un empeño inexplicable y todo un arte de los vividores procesistas que son los grandes beneficiarios. Laín Entralgo lo sintetizaba como “la vida humana es la suma de una espera y una esperanza, aquella real (la continua espera a Godot), esta absurda (la infundada, desesperanzada confianza en que Godot llegará).” El final es bien conocido, el teatro del absurdo, pues Vladimir y Estragón, entrañables personajes donde los haya, deciden irse de palabra pero los personajes siguen inmóviles, un engaño que el espectador reconoce al bajar el telón. Otra Diada excluyente que vendrá revestida de pomposidad con arengas y soflamas mesiánicas.

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