El miedo a ir contra corriente
(*) Cofundador y Chief Business Officer de TalensIA HR, Ingeniero, Executive MBA y Consultor de Talento y HRBP
Hay algo de lo que no se habla mucho en los manuales de liderazgo, pero que pesa más que cualquier otra cosa cuando uno está al mando: el miedo a ir en contra de lo establecido. A desafiar lo que “siempre se ha hecho así”, a levantar la voz cuando todos asienten, a tomar una decisión sabiendo que probablemente la mayoría no la va a entender (al menos al principio). Ese miedo es real. Y es más común de lo que parece. Liderar, de verdad, no es solo dar instrucciones o tener la última palabra. Es también, y sobre todo, tener el coraje de cuestionar lo que parece incuestionable. Y aquí es donde muchos tropiezan. Porque ir a contracorriente dentro de una organización es incómodo. Inseguro. Solitario e incomprendido. La mayoría de las ocasiones, lo más sencillo es seguir la corriente, decir que sí y pasar desapercibido como en un rebaño, sin dar la nota discordante. En definitiva, no levantar polvo. Mantenerse dentro del carril seguro. Si el equipo piensa que algo es una buena idea, aunque tú veas claramente que no lo es, te callas. Porque total, ¿para qué meterse en líos, verdad? Si la dirección lleva años haciendo las cosas de una forma, ¿quién eres tú para cuestionar que quizás se podrían hacer mejor? Pero así no se lidera. Así se sobrevive. Que no es lo mismo. Esto me recuerda a un caso que viví hace unos años, cuando trabajaba con una empresa del sector químico. La jefa de producción, Amaia, llevaba tiempo viendo que un procedimiento de control era lento, ineficiente y generaba muchos errores. Pero era “el de toda la vida”, el que habían creado sus jefes. Y nadie se atrevía a tocarlo. Nadie, excepto ella. Propuso un cambio. Uno sencillo, lógico, basado en datos. ¿El resultado? Silencio incómodo. Y después, resistencia. Sus compañeros le dijeron que lo mejor era no mover nada, que funcionaba “más o menos”, y que cambiarlo podría “traer problemas”. Incluso su jefe directo le pidió que lo dejara estar. Pero Amaia insistió. No de forma agresiva, sino con paciencia, con hechos y con datos; y la verdad suele ser tozuda. Como quien siembra en tierra seca, sabiendo que la lluvia ya llegará. Al cabo de tres meses, tras una pequeña prueba piloto, los datos hablaron por sí solos. El nuevo método no solo era más rápido, también reducía errores en un 50%. Hoy, ese sistema se usa en todas las plantas del grupo. Y nadie se acuerda del debate inicial. Solo se recuerda que “Amaia lo propuso”. Esto es lo que pasa muchas veces con las decisiones valientes: al principio parecen una locura, y con el tiempo, obviedades; claro, todo el mundo lo sabía, pero nadie daba el paso, ni mucho menos tuvo el coraje para ir a contracorriente y arriesgarse al “statu quo”. El miedo a ir contra lo establecido es como nadar río arriba. Todos te miran raro. Sientes que no avanzas. Duele. Pero si estás convencido de lo que haces, tarde o temprano te das cuenta de que ese esfuerzo vale la pena. Porque liderar es eso: no seguir el cauce cómodo, y fácil, sino ser el que se arriesgue a buscar nuevas rutas, aunque parezca un sendero lleno de espinas. Una vez alguien me dijo que liderar era como caminar por un bosque espeso sin sendero, con una linterna en la mano. Ves poco, das pasos inseguros, dudas a cada rato… pero si no avanzas tú, nadie lo hará. Y, con suerte, cuando mires atrás, verás que has abierto camino para otros. Quizá la parte más complicada de liderar es esa: aceptar que no siempre vas a gustar, que te van a criticar, que algunos te van a mirar raro, e incluso envidiar por tu valentía. Pero también, con el tiempo, aprendes que eso no importa tanto.
Lo importante es no traicionarse a uno mismo. Saber que tomaste decisiones desde la honestidad, no desde el miedo.
Porque al final, la verdadera autoridad no se impone. Se construye. Paso a paso. Pregunta a pregunta. Decisión tras decisión. Incluso cuando nadie más se atreve a levantar la mano, ni te está observando.