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Josep usall i rodié

Director general de l'IRTA

Biogás y digestato, un tándem de futuro

Josep Usall

Josep UsallPere Virgili / IRTA

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El año 2024, la Generalitat de Catalunya aprobó la Estrategia catalana del biogás, que prevé que, hasta 2030, se destinarán más de mil millones de euros de fondo públicos y privados para la construcción de medio centenar de plantas de biogás por todo el territorio. Esta estrategia, alineada con la de Europa, responde a la necesidad de mitigar el cambio climático y de dar valor a lo que erróneamente denominamos residuos orgánicos, ya que en realidad tienen un gran valor y hay que referirse a ellos como recursos o subproductos orgánicos. Son desde las deyecciones ganaderas hasta la fracción orgánica de los desperdicios municipales, pasando por los barros de las depuradoras de agua o por los subproductos de la industria alimentaria.

Para el IRTA (Institut de Recerca i Tecnologia Agroalimentàries), impulsar la bioeconomía para reducir el impacto ambiental del sector agroalimentario es una prioridad estratégica. En el actual contexto de cambio climático, revolución digital y globalización, queremos contribuir a transformar el sistema alimentario catalán para un futuro de bienestar sostenible. Teniendo en cuenta que la agricultura y la ganadería representan el 32% del potencial estimado de producción de biogás en Catalunya, esta es una línea prioritaria de investigación e innovación para nosotros desde hace tiempo. De hecho, estamos en proceso de construir dos plantas experimentales de biogás en nuestras instalaciones. Una se ubicará en nuestro centro de Mas Bové en Constantí, siguiendo un modelo de planta tecnificada y escalable, y la otra, pensada como modelo para pequeñas explotaciones, estará al lado de nuestra granja de vacuno en Monells. Utilizar los subproductos orgánicos para generar biogás tiene dos grandes beneficios ambientales. El primero: se minimizan las emisiones de gases de efecto invernadero (GEH) que habrían ido a la atmósfera fruto de su gestión y almacenaje. Y el segundo: el consumo de biogás sustituye el uso de combustibles fósiles, que habrían emitido GEH.

Asimismo, la producción de biogás genera un subproducto, el digestato, que hay que gestionar correctamente y que se puede transformar en un biofertilizante de calidad, cosa que puede evitar la dependencia actual de los fertilizantes inorgánicos de síntesis, que mayoritariamente importamos. Al mismo tiempo, la aplicación de estos biofertilizantes en los campos reduce el riesgo de contaminación de los acuíferos, y de todo el proceso también se puede obtener agua regenerada para limpieza, riego u otros usos. En este sentido, el gobierno catalán ha aprobado este año la estrategia catalana del digestato, que define el plan de acción para gestionar y asegurar la viabilidad de las plantas de biogás.

Todos estos beneficios ambientales son, al mismo tiempo, económicos, ya que tanto el biometano obtenido una vez depurado el biogás (en un proceso denominado upgrading) como los biofertilizantes tienen un valor elevado en el mercado. Es evidente que hay que estudiar bien la rentabilidad y la viabilidad económica de las plantas de biogás a largo plazo. Por eso, en el IRTA hemos considerado necesario de poner en marcha estas dos plantas piloto de biogás, que tienen que servir tanto a las grandes como las pequeñas empresas del sector agroalimentario para poder valorar bien su impacto sobre los tres pilares de la sostenibilidad: ambiental, económica y también social. Haciendo valer estos tres pilares, es necesario implicar directamente al territorio y a su gente, nos aseguraremos que las plantas de biogás representen un beneficio y un impulso para el mundo rural.

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