La dignidad de los nadie
La inmigración en primera persona en la figura de un hombre que pedalea sin descanso por las calles de París de un modo enfebrecido como repartidor de comida a domicilio. Y lo hace con la licencia de otro, un aprovechado que le cobra una abusiva comisión.
Souleymane se desgasta en continuas carreras al tiempo para llegar a algún lugar donde cobijarse de la fría noche cuando la asistencia social le va marcando una lucha permanente contrarreloj. Un refugio para indigentes, para desheredados con los bolsillos vacíos.
Él solamente tiene dos días para presentar su relato como refugiado político y pedir asilo ante una funcionaria, muy humana pero difícil de trampear y decir una mentira tras otra al estar mal asesorado. Fabricar una historia que es idéntica a la que repiten muchos otros para conseguir la residencia en Francia. Souleymane tiene su verdad, una verdad que destrozaría el alma de cualquiera, aunque cree que no será suficiente para que le den la legalidad que le permita trabajar y vivir en un lugar tan feroz como el que describe y muestra esta sólida película, agónica, de ritmo tenso y trepidante, donde afloran los que se aprovechan de la fragilidad de los desesperados, de la buena voluntad en el deseo de lograr lo que justifica a los seres humanos, tener lo básico como un derecho.
La historia de Souleymane rehúye de los tópicos. No los utiliza ni para incomodarnos, ni para hacernos sentir bondadosos por la sencilla razón de que no siempre lo somos, como tampoco lo son los que en sus propios círculos trapichean con las desgracias de los otros. Souleymane es un guineano que ha sufrido pero que mantiene en su comedida desesperación una entereza encomiable. Sus conversaciones con lo que dejó tras de sí son de una calidez en la despedida de un amor que ya no será suyo que, aunque te resistas, se clavan emocionalmente, profundamente.
Él representa a esos seres invisibles que han cruzado penosamente desiertos y sorteado mares en el tiempo en que otros se perdieron entre las dunas o se ahogaron por el camino. Souleymane vino para quedarse y pelea por ello en las noches húmedas y en su constante pedaleo, en sus carreras sin descanso, en su idea de ayudar a los que ama, esa fuerza motriz que lo hace avanzar sin destino aparente.
El cineasta Boris Lojkine dirige sin artificios y con una poderosa fuerza descriptiva esta película junto al debutante actor –extraordinario Abou Sangaré–, con el que empatizas por esa naturalidad y sincera expresividad cargada de dignidad que tiene frente al mundo, un mundo occidental que puede acoger a estos nadie o rechazar en un solo instante.