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La cineasta catalana Belén Funes ya sorprendió con la muy premiada película La hija de un ladrón en el 2019, un trabajo que unió a Greta Fernández y a su padre, el gran Eduard Fernández, con un resultado más que notable.

Su cine es realista y en Los Tortuga sigue demostrándolo gracias a un guion escrito junto a Marçal Cebrian, que se centra en los personajes desde sus fisuras más íntimas, desde las aristas que conforman el día a día. Son personajes que están en las esquinas de la vida, donde todo sucede y les toca. Se trata de ese envoltorio plagado de problemas cotidianos y de duelos mal resueltos, de la precariedad, de la distancia con los tuyos, de los desahucios con exigua humanidad, de esos que dan vergüenza, de la difícil relación entre una madre y su hija adolescente que se enfrentan y se apoyan a partes iguales.

Belén Funes ha encontrado en la joven Elvira Lara esa brisa de juventud que enriquece cada plano, y en la actriz chilena Antonia Zegers –que ha trabajado con los directores más representativos de su país como Matías Bize, Sebastián Lelio, y especialmente con el que fue su pareja Pablo Larraín–, el contrapunto perfecto para dar credibilidad a una historia que nos habla de las raíces, del afecto y la rabia, de esa mirada del migrante que nunca desconecta de ese sentimiento que siente en la lejanía por mucho tiempo que haya pasado.

Delia trabaja como taxista nocturna sin nómina, en la soledad de horas estancadas. Su vida no es fácil y su rebeldía le sale de dentro. Su hija Anabel ha logrado entrar en comunicación audiovisual pese a las muchas contrariedades que asaltan a estas dos mujeres, a las decisiones que deben tomar.

Los Tortuga es una historia sobre los márgenes, de la especulación y lo difícil que es vivir donde todo se negocia sin tener en cuenta a quién se excluye de ese mapa especulativo.

De la supervivencia sobre el territorio rural y esos olivos que ofrecen algo valioso para subsistir pero que se ven invadidos por un presente que los sustituye por placas fotovoltaicas. Nos recuerda también que se llamaba tortugas a todos aquellos que abandonaron sus raíces y sus lugares comunes con maletas y fardos a las espaldas para emigrar a la gran ciudad en busca de una vida mejor.

Hay mucho de cine social en esta película, de compromiso, de hacer visible lo invisible y sobre todo, se centra en las mujeres, más que nada en dos mujeres, en sus vínculos afectivos y en el complicado desorden por salir adelante, de apoyarse, de acariciarse con dulzura y mirarse una a otra con estima dejando en el aire el firme deseo de que todo irá bien.

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