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Ganadora del Gran Premio del Jurado logrado ex aequo junto a la alemana Sound of Falling de Mascha Schilinski en el recientemente clausurado Festival de Cannes, Sirat. Trance en el desierto de Oliver Laxe narra la búsqueda de un hombre junto a su hijo menor de una hija desaparecida desde hace meses en Marruecos. Ambos van sin rumbo fijo entre la multitud que baila día y noche en una fiesta rave mientras muestran la fotografía de la muchacha entre la exaltación y el éxtasis de la gente desbordada por el contundente sonido que envuelve el lugar, un lugar en medio de la nada. Hay en el rostro del padre un persistente aire de inquietud, de desolación, pero persiste en encontrarla y no cesará en su empeño, incluso acompañando a un grupo de nómadas amantes de este tipo de encuentros, gente que vive al margen de los márgenes, cruzando dunas y desiertos, personas que dejaron todo atrás y que han decidido vivir a su manera.

A Oliver Laxe los paisajes áridos marroquíes, sus gentes, su profundidad, sin duda le atraen. Lo vimos en su primera historia –medio documental, medio ficción–, Todos vosotros sois capitanes en 2010, y con Mimosas, ganadora del premio en la Semana de la Crítica, también en Cannes, en el 2016. Aunque con Lo que arde (2019) se centró en Galicia para demostrar un talento semejante al de otros directores de cine español narrando una historia cerrada en una anciana y su hijo con pasado pirómano en una aldea perdida entre los bosques de Lugo, y en esas hipnóticas y ardientes imágenes que arrasan con todo, que lo iluminaban todo en la noche con los colores anaranjados de un incendio.

En el principio de su última película se nos señala que sirat significa para el Islam “el puente que atraviesa el infierno para llegar al paraíso el Día del Juicio”. Y esa creencia es utilizada por Laxe para mostrarnos una odisea dramática en la que los personajes quedan sometidos a un destino implacable, en un mundo amenazado por la guerra que llega hasta los lugares más inhóspitos y desolados.

El cine de Laxe no sigue convencionalismo alguno. Es personal y difícil de digerir porque muestra el drama desnudo de formas, tan realista que duele como un golpe en el rostro. Diferente porque no sabemos hacia dónde deriva, qué hay detrás de las imágenes que tanto inquietan, que te destrozan dejándote derrotado anímicamente. Su cine es una apisonadora de sentimientos.

Y, sin embargo, percibes que lo que estás viendo desconcertado y conmovido tiene la fuerza y la sinceridad de lo que sucede de un modo anónimo mientras la vida mira para otro lado y nosotros con ella.

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