Regálame un dinosaurio
Recuerdo haber visto en 1993 Parque Jurásico en un cine de México DF junto a Germán Caufapé, y que nos tocó la primera fila en una sala donde todo el mundo hablaba a viva voz, bebía refrescos frenéticamente y comía enchiladas, burritos y tacos como si no hubiese un mañana. Ese era parte del espectáculo además de aquella pantalla en la que veíamos criaturas antediluvianas casi pegadas a nuestras narices. Al salir, muchos chamacos les pedían a sus padres un dinosaurio. Ese era el indicio de que todo iría a más, que habrían otras entregas, que, por cierto, fueron aportando menos hasta llegar a donde estamos, a ese mainstream entretenido, con momentos logrados visualmente, que no aburre, pero que se apoya en un guion enfebrecido que pretende salirse de la línea descendente de sus antecesoras.
Aquí, el equipo es como cabía esperar, de lo más variopinto en personalidades e intencionalidades, más otros que se suman al grupo por un mal encontronazo con un Mosasaurio –habría que empaparse en un museo de ciencias naturales para memorizar tanta remota criatura–, pese a que la película te los va describiendo por la mala baba que destilan buena parte de esos bichos desheredados con hambre feroz en un hábitat inhóspito y abandonado.
Hay mercenarios curtidos, también está el bien intencionado, y ese afán científico en busca del bien en el centro del mal porque no nos olvidemos que, desde la primera entrega de esta saga, todo son errores de la ciencia.
Jurassic World: El renacer muestra a sus personajes estelares porque siempre debe haber nombres de peso que ejerzan de imán en taquilla, como Scarlett Johansson y Jonathan Bailey, prototípicos con atracción incluida, sin olvidar a Mahershala Ali, un respetable actor por notables apariciones en películas como Moonlight (2016), Green Book (2018) o la tercera entrega televisiva de True Detective (2019).
Lo cierto es que han sido miles de dólares los recaudados durante más de treinta años gracias al taquillaje, su merchandising y sus derechos televisivos como para olvidarse del tema, conscientes de que hay mucho público que sigue disfrutando del invento que creó Michael Crichton y que despertó el interés de un verdadero lince y mago en esto del cine como es Steven Spielberg.
No hay que negarle a la película un muestrario de depredadores brutal, ni su capacidad de entretener a lo grande como un divertimento veraniego, pero no busquen lucimiento ni actoral, ni argumental, porque esto es otra cosa. Ya tenía razón Augusto Monterroso y su microrrelato “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.