La vida lenta
Existe una gran diferencia entre seres solitarios y seres que se sienten solos. La realizadora chino-estadounidense Constance Tsang realiza con su primer largometraje una introspección a lo visto y vivido en un barrio de Queens, y lo hace a través de tres personajes que forman la columna vertebral de esta película, que se alzó con el Premio del Jurado en la Semana de la Crítica en el pasado Festival de Cannes.
Didi y Ami mantienen un fuerte vínculo de amistad mientras trabajan en el salón de masajes que da título a la película, y es en ese espacio cerrado, opresivo, que las lleva a una existencia precaria y en cierto modo marginal, donde buscan destellos de felicidad compartida, momentos que las saca de esa condición de migrante que siempre se lleva a cuestas. Didi mantiene un romance con Cheung, un taiwanés que trabaja en una empresa de construcción, casado y con una hija, que solamente contactan con él por cuestiones económicas.
Tsang impone belleza y detalles luminosos para expresar esa relación amorosa. Es tierna e inocente. Un vínculo entre un hombre sosegado y una mujer chispeante, alegre, que se desmarca de una vida tan cerrada como las que les toca vivir entre lo desagradable y repetitivo.
La historia toma un giro cuando un desgraciado incidente provoca una enorme tristeza tanto en ese hombre maduro y por momentos ilusionado, y en la amiga de Didi, Ami, que se sume en una aflicción que la supera, que la aleja aún más de ese mundo tan vacío en un lugar que sienten que no les pertenece.
Son seres aislados en una sociedad diferente. Por ello, mantienen sus orígenes en las comidas que los une, en sus problemas, en su forma de ver las cosas que la directora dosifica lo justo, anteponiendo esas imágenes que se congelan por momentos para que el silencio y la sensación de pérdida lo inunde todo.
En Blue Sun Palace existe un estudio íntimo, pausado, incluso apático en muchos planos, en la quietud y los gestos, en la sensación de miradas apesadumbradas que desean un cambio en sus vidas, dejar atrás esa sensación de falta de afecto, algo que los remueve por dentro a partir del duelo que tan mal soportan.
La cineasta no se separa en ningún momento de un ritmo lánguido, sosegado, tanto de los espacios como de los rostros.
No tiene prisa en mostrar un desarrollo ágil, porque experimenta con el tiempo estático de cuartos sin amor, de intentos de que la belleza interior vuelva a aflorar pese a que al destino le cueste ofrecer segundas oportunidades.
Todo esto los hace en sus soledades más humanos, más reales, mientras transitan por la vida lentamente.