El contador de historias
Con poco más de cien páginas, Isabel Soler nos narra de un modo conciso, con sabor a aventura pero sin perder tono literario y de investigación, los cinco años en los que estuvo cautivo el ilustre Don Miguel de Cervantes en Argel allá por el 1575 en el libro titulado Miguel de Cervantes: los años de Argel, publicado por la magnífica editorial Acantilado.
Ahora, Alejandro Amenábar nos presenta aquella historia y su argumentación, fabulando en unas ocasiones y alternando hechos contrastados en otras. Una teoría imaginaria que expone una crónica que raspa en unos acontecimientos que profundizan en las relaciones humanas y en esa teoría de que si no llega a ser por una profunda admiración y amistad y de momentos de piel con el Bajá de Argel, seguramente Cervantes no habría salido airoso de aquel lugar, de aquellas cárceles de las que intentaba con constancia evadirse.
Amenábar moldea a un joven Cervantes a modo de polémico personaje. No lo recrea desde un punto puramente histórico, lo lleva tras su captura por corsarios árabes a un lugar donde se convierte más en un héroe narrador que en un humanista, y todo se magnifica, todo quiere tener aire de superproducción donde la cámara se mueve nerviosa, revuelta, dando una sensación un tanto amañada, cargada en matices con pretensiones en una historia que va languideciendo en su propio avance. El cautivo alcanza momentos de tensión entre los personajes que muestra, gente que lo ensalza y gente que lo odia, que levanta acusaciones contra él -algo en lo que se apoya Amenábar para trabajar una relación con halo queer, que puede que moleste a los más conservadores aunque uno piense que el realizador es libre de contar lo que quiera-. Lo importante es que lo haga con maestría, que el buen hacer de Alessandro Borghi y su penetrante mirada quede reflejado frente a ese joven contador de historias que desbordan la imaginación.
El cautivo muestra con sus más y sus menos a actores admirados como Miguel Rellán -también como narrador-. Eso se agradece, pero hay en la invención de aquel hombre que escribió la historia más grande sobre un caballero que luchó contra molinos, romántico y defensor de causas perdidas, un tono que lo aleja de lo quijotesco, llevándolo a un terreno más personal que literario.
No acabo de conectar con el Amenábar de trazo histórico, con la equidistancia mostrada en la película Mientras dure la guerra. Prefiero títulos como Los otros, esa historia con atmósfera victoriana y atípica en la que los fantasmas no saben que lo son. Eso fascina mucho más que la ambición de contar a lo grande un rastreo que se apoya más en la fabulación que en su razón de ser.