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Una película estrenada a finales de verano titulada Sin oxígeno, dirigida por Alex Parkinson, que en su epígrafe original era Last Breath (Último aliento), nos sumergía en las profundidades marinas y en la historia real de un buzo profesional que luchó por sobrevivir cuando el aire de los pulmones se desvanece a noventa metros de profundidad. Y si algo tenía esa película sobre cualquier cosa era la sensación claustrofóbica de la oscuridad del abismo y de la constante percepción de asfixia que nos lo hacía pasar realmente mal.

Sin duda, el trabajo de hombres que realizan tareas a muchos metros de la superficie, por mucha seguridad que se ponga, abruma y agobia. Los tigres, la última película del excelente realizador Alberto Rodríguez, nos propone una inmersión tanto a los recovecos de barcos en reparación y supervisión rutinaria como al drama enquistado en dos personajes tocados por el desencanto, por una vida callada y con heridas interiores.

Antonio y Estrella son dos hermanos submarinistas que viven momentos de crisis personal y económica. Antonio no puede hacer frente a la manutención de sus hijas y a la persistente amenaza de una salud quebradiza, mientras que Estrella se encuentra en la encrucijada de seguir cuidando de su hermano como siempre ha hecho y como anteriormente hizo con su padre, o cambiar el rumbo de su vida y desprenderse de la presión para construirse un futuro.

Los tigres, que hace referencia a los literarios Tigres de Mompracem, aquellos piratas malayos comandados por Sandokan salidos de la pluma de Emilio Salgari, son el sello heredado del padre en un reloj que tiene grabada esa consigna, un reloj que une el pasado y el presente de esta historia con aire de thriller pero que deviene en un sólido drama.

Ya en las escenas iniciales, una grabación doméstica muestra cómo el padre lanza su reloj al agua y Antonio y Estrella se afanan en rescatarlo, un juego infantil que planeará durante todo el metraje como la pieza disonante entre ambos.

Aquí, la profundidad emocional es más importante que los metros bajo el agua, aunque lo que el mar esconde marcará un tenso desarrollo, inquietante por la sensación de salir del apuro por vías peligrosas más fuera que dentro del mar.

El protagonista del film, Antonio de la Torre da una lección de contención, de tristeza permanente, de sentimiento de culpa por un detalle que ha marcado la vida tanto de él como de su hermana, y Bárbara Lennie colabora con precisión en los silencios, en lo que no cicatriza, en el lastre que los comprime y en una búsqueda de aire que finalmente los deje olvidar y respirar.

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