Las fotografías antiguas
A algunos les habrá sucedido el ver en casa de los abuelos amarillentas fotografías o retratos enmarcados en las paredes de personas que uno no sabe exactamente quién eran, aunque se daba por hecho que formaban parte de la familia pese a no saber qué hicieron, cómo vivieron y sintieron en las épocas en las que les tocó vivir. Incluso alguno infundía un respeto extraño. Y allí estaban, con la mirada fija ante el paso de un tiempo que ya no era el suyo.
El veterano realizador Cédric Klapisch juega con ese tiempo pasado y lo enlaza con el presente a través de un grupo de personas de una misma familia -ninguno de ellos se conoce-, que han heredado una ruinosa casa en Normandía. Cuatro de ellos serán los encargados de hacer un rápido inventario de lo que ella contiene ya que una empresa está interesada en la propiedad.
Numerosas fotografías y una pintura les llama la atención, y en una caja, cartas y detalles de una vida, la de Adéle Meunier. Con esas claves se desarrolla esta historia amable, de descubrimiento de una época, la de finales del XIX y principios del XX, un tiempo de descubrimientos, de avances florecientes como la fotografía, la electricidad, y esa imponente torre Eiffel tan simbólica de una ciudad que culturalmente veía nacer el impresionismo, un lugar donde todo bullía y palpitaba.
Adéle con 20 años abandonó su casa para viajar hasta París para conocer a una madre desconocida, algo que aporta un toque dramático que Klapisch evita, que convierte en vivencias. La joven vivirá con un pintor y un fotógrafo, jóvenes aspirantes al triunfo en el corazón de Montmartre.
Los colores del tiempo -en el original La llegada del futuro-, alterna dos épocas, conociendo tanto a los personajes del siglo XIX como a los del XXI, cada uno de ellos con sus historias propias, mostrándose como un espejo que refleja pasado y presente, sin melancolía, con más satisfacción que tristeza, reubicando dilemas, cambios anímicos, reflexión de aquello que fue y de lo que vendrá en un futuro.
Esta es una película que homenajea a una ciudad y que hace desfilar a artistas como Claude Monet, Sarah Bernhardt, Nadar o Víctor Hugo, y que nos presenta a una mujer sin complejos, a unos descendientes que, en un arrollador tiempo actual, se detienen y toman decisiones para acercarse a la vida y a ellos mismos.
Hay en esta película buscada astucia al colarnos cierta predisposición al sentimiento fácil, a la voluntad de agradar falsificando detalles históricos, pero lo hace con habilidad para encadenar una trama que se esconde en una fotografía antigua que desde el pasado convoca a vivir el presente.