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El Trio Ludwig i la Franz Schubert Filharmonia, dissabte passat.

El Trio Ludwig y la Franz Schubert Filharmonia, el pasado sábado. - GERARD HOYAS

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CLÁSICA

Trio Ludwig. Franz Schubert Filharmonia.

Salvador Mas, director.

Autores: Beethoven y Brahms.

Sala y fecha: Auditori de Lleida, 20 de enero

★★★★★

Beethoven pedía un resguardo cada vez que hacía una reverencia. El Trio Ludwig también, y en su caso el resguardo lo firma Dios y sentencia lo siguiente: “Son ustedes tres músicos de élite universal”. El sábado, en el Auditori, Abel y Arnau Tomàs afrontaron a un tempo inhumano el virtuosismo que exige al violín y al violonchelo el primer movimiento del Triple concierto de Beethoven (saltos de arco, cambios de posición, octavados, armónicos insólitos) y Hyo-Sun Lim les acompañó desde la misma altura con el piano, con una coordinación perfecta con los dos hermanos geniales que tenía a sus espaldas. La pianista coreana rubateó con el pedal con enorme clase y sacó calidad de sonido a través de la relajación con la que afrontó los forti, en los que la enegía no la sacó de golpear fuerte las teclas sino de proyectar el cuerpo desde la distancia. 

En el bellísimo segundo movimiento (¡cuántas veces lo más hermoso es lo más sencillo!) los Tomàs sacaron un sonido a la altura de sus instrumentos, y en el tercero la orquesta bailó casi literalmente en una polonesa que no sonó refinada y con peluca, como querían los ilustrados, sino con toda su frescura, como habría querido un Beethoven cuya aportación más revolucionaria a la humanidad, y no solo en un sentido musical, fue dotar de grandeza a temas que se tenían por plebeyos. 

El Trio Ludwig ofreció de bis una especie de polca que yo no conocía y confirmó la excelencia de estos tres músicos admirables. Una partitura es a la música lo que un mapa a un paisaje. Solo un mapa. La música es el paisaje, y Beethoven es una cadena montañosa enorme. El Trio Ludwig nos llevó a esas cumbres y es impresionante lo que se ve desde ahí arriba. Cerró el programa una Cuarta Sinfonía de Brahms en la que también hubo más paisaje que mapa (fue dirigida sin partitura), con un inolvidable último movimiento en el que Brahms construye un altar a sus dioses Beethoven y Bach. Bach, Beethoven, Brahms. Himalaya se escribe con B. Estuvieron sensacionales las maderas y los metales en una passacaglia que sonó como un órgano caído del cielo, y una orquesta en estado de gracia (poderosa cuerda y grandes trompas, trombones y timbales) hizo un sinfín de variaciones que nunca aburrieron porque siempre fueron distintas, como la lluvia o los amaneceres. Fue un concierto de categoría mundial.

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