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La Mercantil de Balaguer se ha convertido en el auténtico epicentro de la vida cultural, volviendo a suscitar el interés máximo del público y llenándose hasta los topes, colgando el siempre ansiado cartel de “todo vendido”. Con su ambiente cercano y acústica cálida, destaca como un espacio ideal para la música en vivo por la complicidad entre artistas y público. Su compromiso con la difusión cultural en su entorno natural, la sitúan como un referente para los amantes del arte y la cultura, en general, o, como en este caso que ahora nos ocupa, de música de muy alta graduación y calidad. Este acogedor espacio con variada programación de teatro, música y actividades culturales diversas fue el escenario de un concierto memorable del saxofonista norteamericano, afincado en Italia, Jesse Davis. Sin duda, una de las figuras más respetadas del jazz contemporáneo y viejo conocido de la afición leridana por sus frecuentes visitas desde su debut entre nosotros, a principios de la década de los 90. Acompañado por un trío de lujo formado por Joan Monné, al piano, y la sección rítmica integrada por Ray Ferrer, al contrabajo, y Joan Casares a la batería, Davis ofreció una velada de gran voltaje que combinó virtuosismo técnico, sensibilidad interpretativa y un profundo respeto por la tradición del jazz. Desde los primeros compases, el sonido del saxo alto de Davis llenó la sala, evocando la herencia compositiva de gigantes como Thelonius Monk, Horace Silver o Benny Golson y luciendo, como ya nos tiene acostumbrados, ese timbre sonoro característico que bebe de fuentes estilísticas como Charlie Parker, Cannonball Adderley o Johnny Hodges, algunos de sus héroes referenciales. Con una voz propia, moderna y expresiva, su fraseo ágil y su dominio del swing convivieron con momentos de lirismo sereno y suavidad extrema, donde cada nota parecía meditada, casi hablada. El trío catalán que lo acompañaba mostró así mismo una compenetración admirable. A saber, Monné, pianista de elegancia clásica y precisión rítmica, desplegó un acompañamiento sólido y sofisticado, mientras que Ferrer sostuvo el pulso del grupo con un contrabajo firme y envolvente. Casares aportó dinamismo y sutileza desde la batería, con un sentido del espacio y la dinámica que realzó cada intervención solista del líder. El repertorio mantuvo una narrativa coherente, donde el diálogo entre los músicos fue protagonista, ocupando cada uno el espacio justo y necesario para el lucimiento personal, en los pasajes solistas que Davis cedió generosamente a cada uno de sus acompañantes. A resaltar ciertos momentos de intensidad contagiosa, como en los pasajes be-bop más acelerados, poquitos en esta ocasión, y otros, la mayoría, de introspección melódica que cautivaron al público. Para acabar, me gustaría resaltar las sentidas palabras de Jesse Davis hacia “su hermano” Ignasi González, ausente por una inesperada pérdida familiar ocurrida solo unas horas antes. Con lágrimas en los ojos y todos nosotros, un nudo en la garganta, el grandísimo músico recordó con emoción a su amigo y compañero de tantísimas batallas musicales. Va por ti Montse…

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