Alma guajira
Eliades Ochoa subió al escenario con su inseparable sombrero tejano y la guitarra colgada al pecho como si fuera una extensión de su voz. Bastaron unos acordes para que el público reconociera ese sonido tan suyo; esa mezcolanza de son, de bolero y de trova campesina que ha marcado a tantas generaciones de cubanos. El músico santiaguero, uno de los grandes guardianes del género, ofreció una actuación que fue tanto un viaje por la memoria musical de su patria como una lección de autenticidad con reflejos de su vasta trayectoria y frecuentes referencias a sus compañeros de viaje de tantos años. Pese a la edad, Ochoa conserva la energía y el carisma que lo llevaron a la fama internacional con el Buena Vista Social Club, aquel proyecto que, en los años noventa, de la mano del productor y músico Ry Cooder, devolvió al mundo la elegancia del son tradicional y puso de nuevo en auge su nombre junto al de Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Cachaito y Omara Portuondo, entre otros. Pero más allá de esa leyenda compartida, Eliades ha cultivado una carrera sólida como solista, explorando las raíces rurales del oriente cubano y mezclándolas con matices nuevos, pero sin perder la esencia original. En su interpretación, cada rasgueo suena a campo abierto, a fiesta popular, a nostalgia por una Cuba que, pese a estrecheces y necesidad, aún vive en su voz profunda y rasgada. Alternando piezas emblemáticas del cancionero popular de su querida isla caribeña con temas propios, este casi octogenario héroe musical reafirmó su compromiso con la música de raíz y su ancestral historia cultural. Su estilo interpretativo, directo y sin artificios, logró conectarnos desde el minuto cero con la emoción más pura, la del hombre que canta lo que ha vivido y conforma su yo más intenso e íntimo. En su más reciente proyecto, Guajiro, retoma esa mirada al pasado desde el presente, incorporando colaboraciones que dialogan con la tradición sin traicionarla. En el escenario, Ochoa no necesitó de artificios ni recursos superfluos, pues simplemente con su presencia, su voz y su guitarra, además de ese grandísimo combo que lo apoyó en la parte instrumental y en los coros –Eduardo Pineda, piano; Santiago Félix Giménes, bajo; Ángel Herrera, percusión; Ángel Aguiar, saxo y maracas; y Frank Maella, trompeta y güiro– se bastaron para llenar de calor el Enric Granados en sus tres cuartas partes de un público enardecido que hasta bailó, disfrutando de joyas en las que se aprecia tanto su faceta de compositor como su fidelidad a la música de la vida cotidiana cubana. Piezas que ya forman parte del cancionero universal del son, como El cuarto de Tula, El Carretero, Píntate los labios, María, Estoy como nunca, La mulata que tengo o Me falta una flor, además de clásicos como El manisero y Quizás, quizás, quizás. Una pasada.