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Hace unos pocos días, el coquetón y siempre acogedor Espai Orfeó de nuestra ciudad vivió de nuevo una intensa velada de jazz con sabor caribeño. Gracias al saxofonista y compositor cubano Ariel Brínguez, al frente de su grupo, gozamos de una propuesta artística, enmarcada en un ambiente elegante y acogedor, con un recorrido desde las raíces musicales de Cuba hasta la libertad del jazz moderno, donde combinaron a la perfección matices íntimos y sofisticados, junto a enérgicas dosis de be-bop. El de Santa Cruz es, hoy en día, una figura sólida e indiscutible del panorama jazzístico latino-europeo, cuya propuesta se mueve eficazmente confluyendo en un jazz moderno combinado admirablemente con la tradición afrocubana ancestral. Su fraseo, de saxo tenor o soprano, suele caracterizarse por una mezcla de lírica, sobriedad y emoción contenida, pues más allá del alarde instrumental –que bien podría, si quisiera, dada su enorme capacidad y depuradísima técnica instrumental– su objetivo último es, nada más y nada menos, que transmitir y comunicar, cosa que repitió ante nosotros, para deleite de todos los presentes. Ataviado con un lustroso ropaje, túnica-falda de colores vivos y estampado estridente, como ya hiciera hace unos pocos años, a su paso por una edición del ciclo Jazz Acústic, ocasión en que llenó a desbordar el Enric Granados, nuevamente ha logrado, meterse en un plis plas al público en el bolsillo, apoyado en su enorme carisma personal y en esa gran capacidad suya de oratoria, porque de rollo, el tipo tiene un rato y hasta para aburrir, aunque en su caso sea todo lo contrario, pura diversión. Entre tema y tema, como si de un auténtico profesional del Club de la comedia se tratara, Brínguez explica su lógica creativa y la descripción de sus composiciones con una gracia y brillantez expositivas pero que muy remarcables, eso sí, cuando no acelera su dicción cubana porque entonces ya no se le entiende nada de nada, aunque nos divierte igual. En lo musical denotó su predisposición a crear un espacio de encuentro donde la tradición cubana y la sensibilidad del jazz contemporáneo podían confluir armónicamente, con melodías que evocan la isla, musicalidad y ritmos que dialogan con el presente. A destacar, cómo no, la compañía, inédita entre nosotros, de un combo de instrumentistas, a cuál más brillante, con Javier Sánchez, con la guitarra; Íñigo Ruiz de Gordejuela, en el piano; Demian Cabaud, al contrabajo; y Marco Cavaleiro, en la batería; todos ellos haciendo gala, con sus herramientas respectivas, de actitud magnífica y muy relevante técnica individual. Decir, para acabar, que la cohesión encima del escenario fue permanente y palpable, con la sección de ritmo apoyando siempre con firmeza las partes solistas del comandante Brínguez, y éste galopando encima, ahora íntimo, ahora expansivo, sin perder pulso de su tropa en ningún instante. ¡¡BRI-LLAN-TE!!

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