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Catalunya vivió ayer una nueva macromovilización independentista organizada por la ANC y Òmnium por quinta Diada consecutiva. Esta vez repartida en cinco ciudades, una de ellas Lleida, que registró la manifestación más numerosa de su historia con decenas de miles de personas. Como siempre, hay discrepancias sobre el número real de manifestantes, pero esta es una cuestión superflua. Concluir que el proceso soberanista se empieza a desinflar porque puedan ser menos que en años anteriores es un error, igual que presentar los actos masivos de las últimas Diadas como la expresión de que la gran mayoría de los ciudadanos de Catalunya apoyan de forma inequívoca la independencia. Lo que es evidente, números concretos al margen, es que hay un importante volumen de catalanes que apuestan por la independencia, y que todavía son más los que defienden el derecho a decidir. Pensar que este es un fenómeno que se acabará diluyendo por sí solo (de aquí la reiterativa comparación con un suflé) no es que sea un error político de primer orden, sino que pone en evidencia la incapacidad de entender la realidad catalana por parte de los que defienden este planteamiento. Pero por desgracia, esta es una visión que parece muy mayoritaria en Madrid. La actuación del Gobierno del PP en los últimos años, marcada por un inmovilismo obstinado combinado con iniciativas de recentralización y en contra de lo catalán, parece propia de una estrategia basada en el cuanto peor en Catalunya mejor para mí en España, eso sí, consecuente con la campaña que los populares hicieron en su día contra el nuevo Estatut y cuyo recurso motivó la sentencia del Constitucional que fue la mecha que prendió el actual proceso soberanista. Este es un conflicto político que debe tener una solución política, no judicial, y para ello es necesario que el Gobierno del Estado, sea cual sea en los próximos meses, cambie su actitud. A estas alturas, lo mejor es que los ciudadanos den su opinión a través de las urnas. Y en este caso, también es necesario que los promotores de la independencia abandonen posturas maximalistas y plazos inamovibles de cara a buscar una consulta negociada, porque apostarlo todo a una salida unilateral se antoja difícilmente viable. La mejor prueba es que cada una de las cuatro grandes manifestaciones de las anteriores Diadas se había presentado casi como el último paso hacia la independencia.

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