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Al Rey de España le corresponde según la Constitución de la que tanto se habla y tan poco se conoce, el papel de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones, según el artículo 56.1, y ante el conflicto entre el Gobierno central y la Generalitat, Felipe VI rehuyó este arbitraje y tomó partido por las posiciones del Gobierno de Rajoy, acusando de deslealtad a la Generalitat, olvidando a los heridos en las cargas policiales y a los ciudadanos partidarios de la independencia y hasta reclamando al Gobierno que restablezca el orden constitucional. Todo un aval a la línea dura sin la menor referencia al diálogo, a la negociación o a un posible arbitraje que muchos esperábamos. Ayer le respondió en otro mensaje institucional el president Puigdemont que tras mostrar su decepción fue contundente para decirle que “así no”, pero conciliador en el resto de su intervención con palabras para los castellanoparlantes y apelaciones que se echaron de menos en la intervención del Rey al diálogo, la paz y la serenidad, con una petición expresa de mediación para solucionar el conflicto que debe resolverse “desde la política y no desde la policía”. Se equivocarán quienes confundan esta apelación a negociar con una muestra de debilidad porque Puigdemont insistió en su firmeza y en que no se apartarán “quan calgui” de aplicar los resultados del referéndum, pero sí hay que valorar que pese a las exigencias de algunos sectores que la reclaman ya, no habló de la Declaración Unilateral de Independencia, ni puso fechas a la ruptura con España, un paso que marcaría el punto de no retorno con unos costes inimaginables y que conviene que todos valoren antes de darlo sin contar con los respaldos y los avales que recoge el Derecho Internacional. Es evidente que la mano dura no resolverá el conflicto, sino que lo agravará, y es imprescindible una mediación, una negociación entre los representantes del Estado y la Generalitat antes de que la situación empeore y sobran los ofrecimientos: desde el Colegio de Abogados al arzobispado de Barcelona pasando por el lendakari Urkullu, aunque se echan de menos instituciones como la Unión Europea, pero lo importante es que se negocie. Catalunya ha tendido la mano y ahora le corresponde al Gobierno central recoger el guante y antes de que les ciegue el orgullo, es oportuno recordarles que hasta negociaron con ETA en los peores momentos. Tanto el PP de Aznar como el PSOE.

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