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Carles Puigdemont y siete de sus consellers cesados se han instalado en Bruselas para actuar con libertad y seguridad, para evitar una posible respuesta violenta del Estado español si continuaba en Barcelona y para trasladar a la capital de Europa la problemática que vive Catalunya. Su comparecencia ha llegado horas antes de que el fiscal le citara para mañana jueves por los delitos de rebelión, sedición y malversación, que pueden representar una condena de 30 años, y de momento ya ha impuesto a Puigdemont y sus consellers una fianza de 6,2 millones de euros a depositar en un plazo de tres días. De entrada, hay que reconocer que la maniobra del presidente sorprendió a propios y extraños y para unos ha sido un hábil movimiento en la partida de ajedrez que se está jugando porque internacionaliza el conflicto y lo lleva al corazón de Europa y para los críticos, fundamentalmente desde Madrid, es lisa y llanamente una huida para eludir la acción de la justicia española. El tiempo dirá quién tiene razón, pero de momento Puigdemont ha jugado bien sus cartas al conseguir una atención inusitada en el corazón de Europa, presentarse como defensor de una respuesta pacífica, como víctima de la represión y perseguido por un Estado que según su relato no ha respetado las libertades. Le está ayudando la torpeza de la fiscalía que absurdamente encabezó su escrito con la frase “Más dura será la caída”, que está mostrando unas prisas inusitadas, que llega al extremo de considerar que fueron los votantes los que agredieron a policías, y que incluye el delito de rebelión, reservado a quienes “se levantan pública y violentamente”, cuando es evidente que no hubo ninguna actuación violenta por parte de la Generalitat. Pero la estrategia de Puigdemont también puede verse perjudicada por la distancia que ha puesto por medio, por la sensación de que unos eluden la justicia mientras otros consellers y altos cargos resisten en Catalunya y sobre todo por el peso internacional del Estado español que hasta ahora ha conseguido evitar cualquier reconocimiento de la independencia y que intentará que, tras la novedad de ayer, la presencia de Puigdemont se vaya diluyendo, porque si el relato del independentismo ha mostrado carencias ha sido especialmente en las relaciones internacionales. Y no es previsible que cambie con la comparecencia de Puigdemont. Sí podría hacerlo con un resultado contundente el 21 de diciembre.

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