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Vivimos en 1984 y no porque se haya detenido el tiempo. El siniestro futuro concebido por George Orwell hace setenta años es (casi) una realidad. El Big Brother puede ver todo lo que hacemos. El número de cámaras de videovigilancia se ha triplicado en tan solo cinco años en las comarcas de Lleida. Estos cerca de 3.000 ojos que observan nuestro entorno dan tranquilidad a propietarios y ayudan a esclarecer delitos, pero también abren un debate ético: ¿dónde está el límite? Hace pocas semanas, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo (TEDH) exigió a España que compensase con 4.000 euros a cinco empleadas de una cadena de supermercados a las que las cámaras del establecimiento grabaron robando. Las trabajadoras despedidas consideraron que el uso de las grabaciones suponía una violación de su derecho a un juicio justo y a la intimidad. El TEDH les dio la razón en parte. Consideró procedente su despido, porque se aportaron otras pruebas, además de las grabaciones, pero alegó que la utilización de cámaras ocultas suponía una violación del derecho a la intimidad de estas trabajadoras, ya que las denunciantes “deberían haber sido informadas de que estaban bajo vigilancia”. Hace un año la polémica se situó en La Seu d’Urgell, en concreto en el instituto Joan Brudieu. Enseñanza vetó una cámara instalada en una de las cuatro aulas de tercero de la ESO y constató que eran muchos los centros de secundaria que tenían cámaras sin legalizar. También hay cámaras en el Eix Comercial de Lleida. De hecho, fueron pioneras, aunque ahora sufren de vista cansada, porque están muy deterioradas. Y aunque no se puedan poner vallas al campo, sí que se pueden instalar sistemas de videovigilancia. Así lo hicieron en La Portella hace cinco años para combatir los robos agrícolas. Y funcionó. Más difícil de controlar es otro tipo de espionaje que nos vuelve a conectar con Orwell. Edward Snowden y Julian Assange pusieron el mundo patas arriba cuando desvelaron que Big Brother nos controla mediante sofisticados programas de piratería encubierta. La CIA puede colarse en cualquier salón a través de smartphones de todas las marcas o de las llamadas smart TV, que se convierten en micrófonos encubiertos mediante un software supuestamente elaborado en colaboración con el MI5 británico. Sobredosis de distopía.

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